Ambientalismo y control de natalidad, dos caras de la misma moneda.
En El Fin de la Abundancia, libro escrito en 1980, Paul Ehrlich pronosticó una crisis alimentaria producto de la sobrepoblación. Ehrlich, al igual que todos los socialistas, recurrió a la manipulación emocional para tratar de imponer su ideología, tanto así, que el credo ambientalista goza de una impepinable credibilidad y un aura de cientificidad casi sacrosanta.
Pero la realidad, siempre acaba tirando por los suelos todas sus fantasías, por ejemplo, para la época del libro de Ehrlich la producción de alimentos tendía al crecimiento, la esperanza de vida se elevaba y, gracias a los pequeños espacios de libre mercado, el precio de los alimentos bajó.
Son los políticos de izquierda (casi todos) y los lobbies ambientalistas quienes siempre han jugado en contra de la población, especialmente, de los más vulnerables. Durante los años 90, presionado por el Dragón Verde, nombre con lo que se conoce al movimiento ambientalista, el presidente Bill Clinton declaró área protegida al Monumento Nacional de Gran Staircase-Escalante, zona del Estado de Utah que contiene la mayor reserva de carbón de toda la nación, que según el New York Times tiene un valor estimado de un trillón de dólares. Riqueza que hoy permanece bajo la administración del Sistema Nacional de Tierras.
Por su parte, la administración de Obama bloqueó la construcción del oleoducto Keystone, proyecto que transportaría alrededor de medio millón de barriles de petróleo al día desde la provincia canadiense de Alberta hasta Bakker en Dakota del Norte. Tales decisiones, que también destruyen empleos, son un ejemplo del poder coercitivo que ejercen los ambientalistas al interior del gobierno americano.
Pero ¿Cuáles son los fundamentos que sostienen todos los sofismas del ambientalismo?
Primero, la tierra como una madre sufrida y a punto de colapsar. Por eso, se destinan millones de dólares a políticas “amigables” con el medio ambiente. Solo el programa de control de emisiones de carbono ha costado 126 Billones de dólares en el año 2008, y la exploración “ecológica” de carbón costó 2 trillones de dólares (Joanne Nova, Climate Money, Science and Public Policy Institute, 21 de Julio 2009)
Y segundo, el ser humano como un problema. Si la humanidad es un cáncer para el planeta, mejor que desaparezca, o por lo menos sea reducida. Cuando se prohibió el uso del DDT, las muertes por malaria alcanzaron a cincuenta millones, el doble de las victimas de Stalin y muy cercana a la cantidad de muertes de Mao. El aborto legal en EE.UU ha significado el homicidio de millones de niños por nacer, y en Holanda los ancianos huyen por miedo a ser víctimas de la eutanasia legal. Lastimosamente, los partidos de izquierda en toda Europa apuestan por el modelo holandés.
El ambientalismo no es una sana preocupación por el medio ambiente, es solo un método para agrandar el poder del Estado y el nuevo pretexto que tiene la izquierda para matar.
Entonces ¿Debemos ser indiferentes con nuestro medio ambiente?
No, pero los mecanismos deben ser científicos y jurídicos. Científicos para verificar de manera objetiva los daños causados, y jurídicos para establecer responsabilidades y costos de resarcimiento, siempre entre partes privadas. La propiedad privada y el capitalismo son los mejores medios para tener un ambiente sano.