Mucha gente cree que el capitalismo es un sistema económico que resulta de la tendencia humana al placer y al consumismo. Pero nada más alejado de la verdad. El capitalismo requiere, tanto para su origen, su funcionamiento diario y su perdurabilidad en el tiempo, de valores que son la antítesis del consumismo y de la vida despreocupada.
¿Pero a qué valores nos estamos refiriendo? Principalmente a tres: la honestidad, el trabajo y el ahorro
La honestidad es quizás el valor que más aporta a la sociedad. El progreso es imposible en una sociedad donde la gente busca aprovecharse del prójimo. Comúnmente, estas sociedades acaban presas de caudillos políticos que las engañan con promesas de “almuerzos gratis”. Las hambrunas y crisis humanitarias que padecen países como Venezuela o Cuba son el resultado de gente que quería “redistribuir” la riqueza ajena.
El capitalismo implica una ética del trabajo duro y una defensa del mismo. Panfletos comunistas como El derecho a la pereza de Paul Lafargue o el Elogio a la ociosidad de Bertrand Rusell prometen paraísos futuros donde el trabajo seria abolido, al tiempo que idolatran la vagancia y la flojera. Lastimosamente, en los países que alguna vez gozaron de capitalismo (Europa y EE.UU.) las nuevas generaciones fueron criadas con un desprecio al trabajo y bajo la ley del mínimo esfuerzo.
Por ejemplo, Fred Bauer, escritor conservador, en su artículo Pluralism and the politics of good, señala que el “multiculturalismo” y la promoción de la flojera son los mayores enemigos para la libertad en los Estados Unidos, “porque allá donde se debilita la familia y se pierde la virtud del trabajo el Estado avanza”.
El ahorro es el valor central del capitalismo. En palabras del economista Mauricio Ríos, quien me honra con su amistad, “Sin el ahorro y la acumulación de capital no podría haber ningún esfuerzo hacia fines materiales ni de disfrute. La abundancia, fundamentalmente de tiempo, sirve primero para permanecer alerta en la identificación pertinente de oportunidades para solucionar problemas en su entorno, para luego idear nuevas y mejores maneras de lograrlo, y finalmente en la perspectiva de tratar de aplicar dichas ideas hasta lograr la mejora de la calidad de vida del individuo cooperando con su entorno. Y como el capital siempre se agota o deteriora, el proceso anteriormente descrito nunca termina, la búsqueda de generación de nuevas y mejores ideas para solucionar problemas es inagotable, es un big bang de innovación permanente”.
Por otro lado, el gran Miguel Anxo Bastos señala: “El ahorro es una virtud que precisa de disciplina interior en el sentido de ser capaces de doblegar nuestros impulsos de disfrutar placeres presentes. La virtud del ahorro requiere de previsión y cálculo hacia el futuro y, si bien se encuentra en mayor o menor medida en todos los seres humanos, necesita ser educada si se quiere conseguir una sociedad capitalista y, por tanto, disfrutar de buenos niveles de vida en todos los aspectos, esto es, en un nivel de consumo aceptable o en el disfrute de bienes tales como servicios de salud o educación. La educación de esta virtud requiere, sobre todo, configurar una cierta perspectiva respecto del tiempo, esto es, valorar más el futuro y menos el presente. Las sociedades capitalistas nacen entre poblaciones con una preferencia temporal muy baja, como ocurrió en la época victoriana en Inglaterra. Era una sociedad puritana y frugal que valoraba muy poco los placeres presentes y pensaba a largo plazo, en el porvenir”.
Por lógica, las sociedades exitosas las construyeron hombres que dominaron los vicios y exaltaron las virtudes. Esa moda de muchos jóvenes libertarios de exaltar los vicios o relativizar las virtudes es, en realidad, un instrumento marxista para acabar con la sociedad, y nada coherente con grandes libertarios como Murray Rothbard y Lew Rockwell