Las cosas gratis cuestan muy caro
Frederic Bastiat, en su ensayo Lo que vemos y lo que no vemos, planteó la falacia de la ventana rota para exponer los costos escondidos (costos de oportunidad en terminología actual).
Bastiat pone el ejemplo de un niño que rompe el cristal de un local comercial. En un comienzo, todos simpatizan con el comerciante, pero luego dicen que el cristal roto creó trabajo para el cristalero, que ahora podrá comprar pan. Por lógica, gana el panadero, quien a su vez compra leche. De esa manera, ayuda al lechero a incrementar sus ventas. Finalmente, todos concluyen que el niño no puede ser acusado de vandalismo, sino de todo lo contrario, ya que ha creado un beneficio para la sociedad. Lo falaz de éste razonamiento radica en que se consideran los beneficios del cristal roto, pero se olvidan los costos escondidos -todo aquello que se dejó de comprar por reemplazar la ventana quebrada-.
Tristemente, muchos políticos -incluso economistas profesionales- continúan repitiendo la vieja falacia de la ventana rota. Por ejemplo, un análisis del gasto fiscal en América Latina y el Caribe realizado por el Banco Interamericano de Desarrollo, muestra que desde comienzos del siglo 21 los gobiernos de la región elevaron el gasto público (especialmente motivados por los precios elevados de las materias primas) en un 25%. Además, y a pesar de la recesión del 2008, muchos países no dejaron de gastar (Bolivia entre ellos), sino que recurrieron al endeudamiento exterior e interior para continuar con sus políticas de subsidios, créditos blandos y transferencias directas. Lo paradójico del informe es lo contradictorio de sus conclusiones. Por un lado, reconoce que el gasto estatal es ineficiente. Pero por el otro, recomienda seguir gastando, aunque de manera «inteligente».
Lo que el Banco Interamericano no quiere entender, al igual que otras burocracias internacionales, es que el Estado es incapaz de gastar de manera inteligente. Y no es un problema de falta de gerenciamiento, sino ontológico.
La ontología nos provee de un entendimiento de la naturaleza de las cosas. Por ejemplo, nos ayuda a comprender las características que hacen que un cuchillo sea cuchillo y no una mesa, o porque el Estado no puede ser empresario, banquero, medico, educador o centro de caridad. Por ende, el único gasto estatal «eficiente» es aquel que se realiza en seguridad, justicia y obras de infraestructura -que esas si son tareas que responden a la naturaleza represiva del Estado-. Cualquier erogación más allá de esas funciones es antieconómico -e intentar justificarlo usando a los pobres como pretexto, es repetir los errores que muy bien expone Bastiat-.
Bolivia es un buen ejemplo para mostrar lo ineficiente del gasto estatal. En el primer semestre del año 2019, el Estado recibió 671 millones de dólares de manera directa del Banco Central de Bolivia. Por otro lado, en el gráfico siguiente se puede observar que el crecimiento de la deuda externa para el 2019 fue de un 89% respecto a la gestión 2018.
Fuente: Elaboración propia en base a datos del Banco Central de Bolivia año 2019
Respecto a la deuda bilateral y con organismos internacionales, el BID y la CAF son los principales acreedores del gobierno boliviano -casualmente, las mismas instituciones que avalaron el modelo económico de la gestión de Evo Morales-, seguidos por los gobiernos de China y Francia como lo muestra la figura de abajo.
Fuente: Elaboración propia en base a datos del Banco Central de Bolivia año 2019
En varias ocasiones, Luis Alberto Arce Catacora (hombre fuerte del MAS y actual candidato a presidente) afirmó que la deuda externa sirvió para emprender «importantes» proyectos de desarrollo nacional. Verbigracia, aeropuertos fantasmas, canchas de fútbol en medio de la nada o coliseos deportivos que nunca funcionaron (entiéndanse la ironía de la última fila).
La pregunta que nadie hace es: ¿Quién paga la deuda externa?
Pues le tengo una mala noticia: siempre será usted quien pague. El gobierno tomará vía impuestos, inflación o devaluación un altísimo porcentaje de su riqueza para pagar aquello que le ofreció «gratis» (aunque antes, el socialista de turno tomará su porcentaje).
Pero también le tengo una buena noticia, usted puede salir de la estafa socialista. Primero, usando el sentido común para comprender como se crea la riqueza y desconfiar de los politiqueros. Y segundo, apoyando a un partido político que le ofrezca: limitar al Estado, reducir impuestos y fortalecer los derechos de propiedad. Si, la oferta de la derecha conservadora y liberal clásica.