La industria del género
Se cataloga como violencia de género cualquier muerte de una mujer en manos de un varón. Pero esa explicación tan simplona responde más a un discurso ideológico que a una investigación seria de las causas. Por ejemplo, en Bolivia el caso de William Kushner -un proceso lleno de irregularidades, retardación de justicia y chicanerias judiciales- fue usado como un triunfo por el grupo feminista Mujeres Creando, aunque las pruebas facticas muestran que el único error del acusado fue estar en el lugar equivocado a la hora incorrecta.
Por otro lado, la prensa nos muestra datos «preocupantes» de los 102 feminicidios, pero guarda silencio, o dice muy poco, sobre las 289 denuncias de violencia contra ancianos y niños en manos de mujeres o de los 48 infanticidios cometidos por las madres de los menores.
Pues bien, esa manipulación abusiva de los datos responde a algo que Alicia Rubio Calle, diputada por Vox ante el parlamento de Madrid, llama la Industria del género.
El fallecido Murray A. Straus (profesor de sociología en University of New Hampshire) ha seguido la forma en que se construye la ficción de la violencia de género (aunque su análisis se hizo para la sociedad norteamericana, lo podemos extrapolar a otras realidades).
Primero, se distorsionan las estadísticas de violencia doméstica. Para luego usar esos datos mentirosos como prueba de un «patriarcado» opresor y mostrar a la familia como una institución abusiva con las mujeres.
Segundo, evitar la obtención de datos incompatibles con la teoría de la dominación patriarcal. Consiste en no preguntar en las encuestas si las mujeres han ejercido violencia o agresiones contra hombres.
Tercero, citar únicamente los estudios que se adapten a la perpetración masculina de la violencia y crear la idea de que la mujer sólo es violenta como autodefensa -por ende, el varón merece ser agredido-.
Cuarto, sacar como conclusión en los estudios que estos apoyan las creencias feministas, cuando realmente no lo hacen. Se trata de malinterpretar los resultados de las propias encuestas, o cocinarlos, de forma que se puedan malinterpretar y se adapten al concepto previo de la violencia de género.
Quinto, crear prueba por citación. Por ejemplo, citar estudios con evidencias falseadas hasta que sean los de referencia y, al mismo tiempo, impedir que se estudien otras fuentes (a las que se acusa de responder al sistema patriarcal).
Sexto, obstruir la publicación de artículos que contradigan la idea de la violencia de género o eliminar toda financiación. Esta censura, en muchos casos actúa como autocensura al encontrarse el investigador que, con los resultados que ha dado su encuesta contrarios a los parámetros de la violencia de género, sólo va a tener problemas, mala fama y dificultades para encontrar empleo.
Septimo, acosar, amenazar y penalizar a investigadores que producen pruebas contra las creencias feministas. Por ejemplo, Agustin Laje, Alicia Rubio y Vanesa Vallejo sufren constantes ataques, boicots y amenazas por parte de grupos feministas.
Si bien, las ONGS y los grupos feministas construyen el relato del patriarcado opresor, son los medios de comunicación quienes se encargan de normalizar esa falacia (en muchos casos de manera consciente, en otros por tontos útiles).
Por eso la importancia de analizar los códigos deontológicos de los medios de prensa.
Los términos «violencia machista», «violencia de género», «sistema opresor» o «patriarcado» sirven para presentar las agresiones y homicidios de mujeres no como casos aislados, sino como parte de un sistema de violencia generalizada contra las mujeres. Con lo cual, la presunción de inocencia, elemento fundamental en el derecho, queda anulada para los varones.
Como vemos, si no hay situación de opresión estructural del hombre contra la mujer, se crea. Si el hombre tiene atenuantes, se eliminan -ya vieron cómo-. El hombre ha de ser un monstruo de machismo que agrede y mata por su propia condición de prepotencia heteropatriarcal. No hay hombres enfermos mentales, drogadictos, alcohólicos o malvados de forma individual y si los hay, no se menciona para no dar pie a creer que actúan por algo diferente a su odiosa naturaleza y a ese ente suprasocial, el machismo.
Todo esto lo amparan y recomiendan nuestros gobernantes, lo imponen nuestros legisladores (en Bolivia oficialismo y oposición tienen el mismo discurso) y lo publicitan medios de comunicación. Si señores, nos persiguen por ser varones.