El Che Guevara: de abusador de mujeres y asesino de homosexuales a símbolo progresista.
Solamente, hay que mirar los desfiles feministas, las protestas callejeras de los radicales de izquierda, las paredes de las universidades estatales y algunos de los desfiles de la comunidad LGTB para darnos cuenta que la figura del Che Guevara se convirtió en un fetiche progresista. Paradójicamente, muchos de los que usan una polera (remera para mis lectores argentinos) con el rostro de Guevara no lo conocen en verdad.
Desde el inicio de su juventud, Guevara saciaba sus pulsiones sexuales con varias de las empleadas de su casa y las de sus parientes (si señores, el anticapitalista y luchador social tenía empleadas). Una de esas era la mucama Jacinta, una anciana de 72 años, a quien Guevara abusaba cuando visitaba la casa de sus familiares en Buenos Aires, según relata su primo Fernando Cordova.
Al recibirse de médico (algunos dicen que nunca se tituló), Guevara decidió emprender otros de sus famosos viajes (ya realizó uno con anterioridad) por toda América Latina. Pero había una pequeña dificultad: su novia Maria del Carmen Ferreyra.
Como la empresa viajera no podía postergarse más, y el espíritu aventurero era mayor a cualquier cosa, incluso al entusiasmo por su flamante profesión, Guevara comunicó su tajante posición a su novia mediante la siguiente epístola: «Sé lo que te quiero y cuanto te quiero. Pero no puedo sacrificar mi libertad personal por vos. Es sacrificarme a mí, y yo soy lo más importante que hay en el mundo, ya te he dicho». Más allá de su decisión personal, la carta nos muestra que Guevara era todo lo contrario al altruista y abnegado que nos muestran sus apologistas.
Ya en México -donde conoció a Fidel Castro, se inició en las lecturas del Marxismo y recibió el apodo del Che- su ocupación fue la de fotógrafo callejero. Pero su fuente de ingresos principal era la activista marxista Hilda Gadea -a quien conoció en Guatemala-. Guevara sabía que esa relación no duraría, pero la necesitaba como sostén financiero.
El 21 de Julio de 1957, en plena Sierra Maestra, Fidel nombró comandante a Ernesto Guevara. El nuevo cargo no hizo más que acentuar sus rasgos psicóticos, pues empezarían los peores momentos para sus propios compañeros de armas. Por ejemplo, el fusilamiento de Eutimio Guerra, quien fue asesinado sin pruebas suficientes, como lo relata Jaime Costa (compañero en el asalto al cuartel Moncada con Fidel Castro). Misma suerte corrieron varios sospechosos de cobardía o posible deserción, y hasta por no gozar de la simpatía de Guevara.
El che mostraba un especial odio por los homosexuales, a los que consideraba pervertidos sexuales. En 1960, Guevara fundó el campo de trabajo de Guanahacabibes, destinado a reeducar a colectivos que la dictadura comunista consideraba contrarios a su ética revolucionaria, entre ellos los homosexuales, que sufrieron maltratos, violaciones e incluso ejecuciones en ese recinto, presidido por un gran letrero que -al estilo de Aushcwitz- afirmaba: «El trabajo os hará hombres».
Entonces, ¿Cómo explicamos que hoy la cara del Che aparezca en marchas del orgullo gay?
Ya después de su muerte en Bolivia, quizás la más grande hazaña del ejército boliviano, Fidel Castro se encargó de canonizar la figura de Guevara y convertirlo en en el símbolo revolucionario por excelencia, después de todo, El Che murió joven y peleando en una guerrilla, características que son útiles para reciclar su imagen cuando las condiciones históricas lo ameriten, algo que ya hizo el Foro de Sao Paulo a principios de los 90.
Como vemos, el Che es un mito que puede ser usado en una bandera futbolera, en una polera fabricada en Estados Unidos o como estandarte de causas que en vida Guevara hubiera despreciado, o incluso hubiera fusilado a sus promotores.