El fabricante de sueños
Debo admitir algo, abril del 2022 fue un mes donde me pasaron muchas cosas buenas. Con todo, que llegue a mis manos El fabricante de sueños ―libro nacido de la pluma de Arthur Charlan― fue la corona de todas las bendiciones. En este magnífico trabajo el autor nos invita a estudiar con más profundidad la obra de J.R.R. Tolkien. Pero desde una perspectiva distinta: la resilencia y el crecimiento personal.
Empero antes de entrar en materia, definamos que es la resilencia. La resiliencia se interpretó inicialmente como una condición innata. No obstante, desde la década de los sesenta se enfocó en los factores no solo individuales, sino también familiares, comunitarios y culturales.
El psicólogo y cofundador de la terapia cognitivo-conductual Donal Meichenbaum apunta las características de una persona resiliente en su Hoja de ruta para la resiliencia: son positivas, proactivas, flexibles y saludables.
La vida de Tolkien, como muy bien lo señala Charlan, estuvo llena de acontecimientos violentos y fatalidades. Por ejemplo, perder a su padre a los cuatro años. Ante esa terrible circunstancia, toda la familia Tolkien tuvo que dejar Sudáfrica para instalarse, definitivamente, en el pueblo rural de Sarehole (Birmingham, Inglaterra).
En ese pequeño espacio nacieron los Hobbits y otras partes de El señor de los anillos ―el molino de agua de Sarehole aparece al final de El retorno del Rey. Pero los verdes campos de ese hermoso lugar sirvieron para otra cosa igual de importante: dotar a Tolkien de los mecanismos para superar cualquier adversidad de la vida.
Ya en su juventud, Tolkien se vio envuelto en una de las mayores tragedias que viviría la humanidad en el siglo XX: la Primera Guerra Mundial. El gran maestro de la fantasía inglesa escuchó de cerca el ruido de las ametralladoras y sintió el olor de la sangre derramada en las trincheras. Pero, sin lugar a duda, fue la batalla del Somme, una de las más sangrientas de esa guerra, que marcó la vida del verdadero Hobbit. Pues fue la gran cantidad de muertos y destrucción que sirvieron de inspiración para el más oscuro de los lugares de La tierra media: Mordor. Además, a los dos meses de ser inmovilizado del campo de batalla, empezó la tarea de dotar a Inglaterra de una mitología nunca vista.
En 1930, siendo Tolkien profesor de Oxford, nacería su gran amistad con C. S. Lewis y, casi de manera paralela, Los Inklings. Nuevamente el maestro nos ensañaba a usar la amistad como un elemento resilente. Ya que todos los miembros de ese celebre club de lectura y escritura habían sido marcados por las tragedias de la guerra y la gripe española.
En su exitoso libro de 2007, El cisne negro, Nicholas Taleb argumenta que la mayoría pensamos sobre el riesgo de forma incorrecta. La vida crea a menudo sucesos completamente inesperados, sucesos que Taleb compara con la aparición de un cisne negro cuando, a partir de tu experiencia pasada, supusiste que todos los cisnes eran blancos. El error radica en esperar nunca toparnos con uno negro. Sin embargo, el autor nos dice que las personas pueden sobrevivir a estos acontecimientos inesperados, e incluso salir fortalecidos y con mayores herramientas. Contrario a los dictados de los dogmas de la cultura de la fragilidad, tan de moda hoy, el dolor es un gran maestro.
¿Pero cómo enfrentar los cisnes negros para luego obtener la resiliencia o la antifragilidad de la que habla Taleb? Parafraseando a Arthur Charlan, la clave está en elaborar un sentido trascendente y trascendental de la propia vida humana. Pues, ahora lo digo yo, las desgracias son, muchas veces, necesarias para reencontrarte con aquello que es verdaderamente valioso en la vida.
En mi anterior columna para La Iberia dije que es importante leer a Tolkien. Hoy lo reafirmo. Pero también debemos aprender las grandes lecciones que nos dejó más allá de sus maravillosos libros. En un mundo que promueve la sobreprotección a cargo de las agencias globalistas, la virtud de la resilencia es una importante arma de resistencia, especialmente, si queremos conservar nuestras libertades. No a la cultura de la victima eterna. Si a la resilencia para formar ciudadanos responsables de su propia existencia.
*Articulo originalmente publica en www.laiberia.es el viernes 23 de abril del 2022