El indigenismo, otro camuflaje del crimen transnacional
En varios escritos anteriores ya expliqué que el indigenismo no es más que un recalentado del discurso marxista. Pero que no enfrenta a pobres contra ricos, sino a blancos contra indígenas.
Si bien, el indigenismo es un discurso lleno de sofismas y falacias, su verdadero peligro radica en los crímenes que en su nombre se comenten. Veamos.
En Bolivia, poniendo como pretexto a las «naciones originarias», Filemón Escobar, Felipe Quispe, Álvaro García Linera y Evo Morales incendiaron el país desde mediados de los 90. Pero fue este último el elegido por el castrochavismo como delfín de su proyecto dictatorial.
Desde la llegada del cocalero a la silla presidencial, matanzas y golpe de Estado de por medio, fueron los indígenas de tierras bajas del oriente boliviano quienes más han sufrido. De hecho, como mecanismo para consolidar el narcoestado, el 2011 la dictadura boliviana pretendió construir una carretera a través del TIPNIS (una reserva natural protegida). Los habitantes de esa zona (los chimán, yuracaré y moxenos) manifestaron su descontento con la mega obra, y organizaron una marcha en defensa de su territorio.
¿Cuál fue la reacción del gobierno «indígena de Bolivia» ante esas protestas?
Pues, junto con matones armados de palos y chicotes, desplegó a los equipos antimotines de la Policía Nacional de Bolivia. La intervención de la marcha tuvo como resultado docenas de heridos y siete muertos (la mitad niños). Estos episodios ocasionaron la renuncia de los Ministros María Cecilia Chacón y Sacha Llorenti.
Vale aclarar algo, acá no se trató de un conflicto interno, sino de un intento por ampliar la frontera cocalera para favorecer los intereses de los capos del narcotráfico regional (Fidel Castro, Hugo Chávez, Lula Da Silva y Evo Morales). Pues, como lo explicó el Dr. John D’Auria (uno de los mayores expertos en drogas del mundo), se necesitan gran cantidad de coca para producir pequeñas cantidades de cocaína. Ergo, la gran demanda del producto final va a venir acompañada de una necesidad de expandir la siembra de cocales, especialmente, en las tierras cálidas.
Si bien, Morales tuvo que retroceder con su afán de construir la carretera del TIPNIS, el asedio contra el oriente de Bolivia no concluyó. Incluso hoy, una década después, el régimen boliviano no hace nada para frenar los avasallamientos de tierras en el departamento de Santa Cruz.
El mismo accionar se ve en la Patagonia de Argentina. Pues grupos irregulares y pandillas ―que dicen «representar» a los mapuches― vienen causando terror. Sus actos delincuenciales van desde el incendio de capillas de la iglesia católica, hasta la usurpación de propiedades privadas y tierras fiscales.
En un artículo titulado: La cuestión mapuche desde la historia y la constitución, el escritor Pablo Yurman indicó lo siguiente:
Una primera aproximación nos muestra a las claras que la violencia es desplegada por pequeños grupos que no son expresión surgida del pueblo cuya representatividad se arrogan sus voceros o referentes. Basta con trasladarse a esos puntos de nuestro territorio para advertir fácilmente que tales grupúsculos violentos generan masivo rechazo por parte de la población en general, lo que quedó gráficamente demostrado en noviembre de 2021 cuando gauchos participantes de un festival en El Bolsón (Río Negro) disolvieron a rebencazos un piquete de «mapuches» que tenía a maltraer a los vecinos.
Análogamente al caso boliviano, los activistas de la causa indígena mapuche reciben financiamiento y apoyo de ONGS que tienen sus sedes en Estados Unidos y Europa. Por ejemplo, The Mapuche Nation tiene sede en Bristol – Inglaterra. Además, sus principales voceros son los «originarios» Edward James (Relaciones Públicas), Colette Linehan (administradora), Madeline Stanley (coordinadora de Voluntarios) y Fiona Waters (a cargo del equipo de Derechos Humanos). No sé a ustedes, pero a mi eso me parece otra forma de colonialismo.
Para Max Manwaring ―experto en seguridad y crimen organizado― los discursos nacidos en la etapa posterior al derrumbe del bloque soviético, les han servido a las pandillas transnacionales ―en especial a Fidel Castro, Hugo Chávez, Daniel Ortega, Evo Morales y otros militantes del Socialismo del siglo 21― para desestabilizar y tumbar gobiernos.
Los hechos acontecidos en Bolivia, Ecuador, Colombia, Argentina y Chile nos demuestran que el indigenismo es otro de los pretextos usados por el castrochavismo para dinamitar la democracia e instaurar dictaduras. No es por los indígenas, es por el poder.