Los indígenas tumban el relato indigenista
Las pandillas de tercera generación tienen como objetivo final capturar el Estado. Su estrategia consiste en camuflarse como «movimientos sociales», y disfrazar sus fechorías bajo el mote del indigenismo, ambientalismo o cualquier otro ismo de moda.
En ese sentido, las últimas semanas he dedicado mis columnas a mostrar el uso que hizo del discurso indigenista el Movimiento Al Socialismo para camuflar su naturaleza delincuencial. Como era de esperar, no faltaron los «opositores» que me acusaron de «antidemocrático», además, de promover un «discurso de odio». Pues consideran que llamar pandillas a los Movimientos Sociales era un acto racista y discriminador ―ni hablar de la defensa que hicieron de las fabulas indigenistas―.
Sin embargo ―e independientemente de las obsesiones masturbatorias de la izquierda boliviana (la de oficialismo y de oposición) con el indigenismo―, la historia nos muestra que «La guerra del agua» (año 2000), «El conflicto de la coca» (año 2002) y «La guerra del gas» (año 2003) fueron procesos subversivos contra la democracia boliviana. Y conste que esta afirmación no está basada en prejuicios contra unos pobres «indiecitos», sino en hechos relatados por uno de los principales protagonistas de esos sucesos, Felipe Quispe, El Mallku.
En varias ocasiones ―pero en especial en su libro: La caída de Goni― Quispe aseguró que sus bases, al momento de enfrentar a policías y militares, tenían armamento y entrenamiento guerrillero.
En una entrevista para el periódico Opinión (03/agosto/2013), el controvertido dirigente afirmó lo siguiente:
Comenzamos con la huelga de hambre, luego secuestramos a algunos ministros de Estado. El 20 de septiembre toman presos a tres compañeros campesinos en Warisata y los llevan a Sorata. Cuando nos comunicaron este hecho preparamos la arremetida contra el Gobierno. Una vez presos nuestros compañeros ordeno a las bases, a alguna gente que tenía entrenamiento guerrillero del EGTK, a ejecutar nuestra estrategia contra el Gobierno. Entonces nuestra gente preparada para las guerrillas ha emboscado a los policías con un muerto y varios heridos. Hemos planificado e instruido esa emboscada. Sacamos armas. Teníamos el objetivo de atacar al ministro Carlos Sánchez Berzaín, pero no sabíamos que estaba en helicóptero. Pensamos que iba a salir por el camino carretero, porque ahí era el objetivo capturarlo y, si es posible, matarlo.
Como vemos, nunca se trató de unos campesinos ejerciendo el derecho a la protesta, como afirmaban, todavía lo hacen, los militantes progresistas de Bolivia, sino de combatientes hostiles.
No obstante, pese a todo el despliegue subversivo que hizo El Mallku, el verdadero beneficiado de la caída del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada fue Evo Morales. Ya que el cocalero gozaba del apoyo de las ONGS, Coca 90, entre ellas, y el dinero del narcotráfico.
Una vez montado en el poder, Morales, gastando la plata del Estado, se dedicó a financiar Movimientos Sociales afines a él. En realidad, se trata de grupos de choque pagados con dinero público. Los Ponchos Rojos fue una de las agrupaciones que brindó su «apoyo» a Evo y su régimen. Por ejemplo, durante las protestas de octubre 2019, rodearon El hospital obrero y atacaron a los médicos. En el asalto resultaron heridos más de quince galenos.
Pero como la «lealtad» de los masistas tiene un precio, Ruddy Condori Poma, dirigente de los Ponchos Rojos, en Radio Yocarhuaya declaró:
En la provincia Omasuyos estamos en estado de emergencia. Vamos a definir, si el Gobierno no nos da proyectos de inversión grandes, millonarios, vamos a dejar de respaldar al Gobierno. Si no nos dan esos proyectos, nosotros vamos a cortar el apoyo al Gobierno, porque no podemos ser escalera, ya no más, de los partidos políticos.
En términos más cortos, Condori Poma le está subiendo la tarifa al gobierno por el servicio de matonaje.
Acá vemos, que, mientras los progresistas recitan de memoria el relato indigenista, asumiendo como verdades cosas que sólo existen en sus cerebros, los verdaderos indígenas quieren: dinero y poder. En definitiva, son los propios indígenas quienes tiran para abajo las ficciones del indigenismo.