Bolivia vive una guerra permanente
Después de la caída del Muro de Berlín, en Occidente pensamos que las amenazas totalitarias eran cosa del pasado. Sin embargo, eso no era nada más que un romanticismo muy ingenuo, pues Fidel Castro, China y la propia Rusia tenían otros planes. Para ellos no se había perdido la guerra, sino, tan sólo, una batalla. Su estrategia era retroceder un paso, luego avanzar dos.
De hecho, el Foro de Sao Paulo, fundado por Lula da Silva y Fidel Castro en 1990, sirvió para que las recuas de militantes socialistas se reinventen alrededor de nuevos banderines y fetiches revolucionarios, por ejemplo, el indigenismo. Su objetivo era el mismo que de los agitadores y guerrilleros de los años 70, tomar el poder para establecer sistemas socialistas en las Américas. Sin embargo, hicieron ajustes en su método: primero se apoderaron de la opinión pública y luego alzaron las armas.
Esa fue la metodología que usaron para derrocar a los gobiernos de Mahuad en Ecuador, Duhalde en Argentina y Sánchez de Lozada en Bolivia. Al respecto, Douglas Farah, especialista en crimen trasnacional, explica:
Fidel Castro aconsejó tanto a Hugo Chávez y al presidente boliviano Evo Morales, en las reuniones en el año 2006, evitar la revolución armada en favor de utilizar el proceso electoral para ganar poder y cambiar entonces las constituciones y las estructuras legales de sus países, asegurándose de que puedan gobernar a perpetuidad.
Ergo, tomar el poder no es el punto de llegada, sino un primer paso, una constante marcha como diría Mao Tse-Tung. Luego viene el ataque paulatino contra todas las instituciones sociales, familia, escuelas, empresas privadas y asociaciones voluntarias, entre ellas, las iglesias. El fin último es poner todo bajo el control del aparato estatal.
En ese sentido, que Arce Catacora haya establecido el incremento del salario mínimo del 10% y al salario base del 5% no es un error producto de ser un mal economista; se trata de un ataque deliberado y bien planeado contra la sociedad boliviana. Ataque que va en la misma ruta de nacionalizar la moneda, incrementar la burocracia, ofrecer pésimos servicios de salud y fortalecer a los sindicatos, en realidad, pandillas al servicio de la dictadura.
La consecuencia de este estado de guerra civil permanente es una crisis que se profundiza cada vez más. La propaganda trata de disfrazarlo. Siempre se nos dice que el país está progresando económica e industrialmente y que la situación es la envidia de la región, pero la realidad es que vamos de una crisis a la otra. Además, ha habido una creciente escasez de alimentos y combustibles como tributo a la incompetencia y la maldad. No se trata de errores, sino de crímenes muy bien planeados.
El MAS está amenazando continuamente al país. Ellos saben que mientras más se acerquen al control total de la vida de los bolivianos; más necesarios serán el terror y la violencia extrema. Eso nos lleva al siguiente punto, la semántica revolucionaria.
La mentira sobre la saneada y pujante economía nacional se dice para engañar a los bolivianos de a pie, ellos nos ven como enemigos; los pronunciamientos no tienen como propósito expresar la verdad, sino servir a la dictadura masista como un arma de guerra. No esperemos soluciones de parte del régimen, su objetivo no es poner al país en la ruta del desarrollo, sino administrar la pobreza. Por eso nos dejaron sin dólares, nos ahogaron con impuestos y nos empobrecieron con inflación.
Tampoco debería sorprendernos que construyan grandes edificios y aumenten las empresas estatales. Sí, es un despilfarro, pero, al mismo tiempo, es una muestra de poder, nos están gritando en nuestras caras que ellos son ricos y nosotros miserables. Recuerde, al régimen no le interesa la eficiencia económica, sino la propaganda. Empero, lo peor es ver a una población sometida y resignada a las colas por combustible y pan.
Al ritmo que van las cosas, el museo de Orinoca, la Casa del Pueblo y las construcciones abandonadas serán los adornos que decorarán el mausoleo de lo que alguna vez fue Bolivia.