Ecologismo, imperialismo demográfico
Las comadrejas pueden vaciar un huevo sin romper el cascarón. Esta habilidad especial es muy útil, pues las aves no sospechan que las comadrejas se están comiendo a su descendencia, además, en la mayoría de los casos, el incauto ovíparo sigue produciendo alimento para la artificiosa alimaña.
Con base en esta idea, Friedrich Hayek acuñó el término «palabras comadreja» para referirse a las palabras y los conceptos que han sido vaciados de su significado real con el propósito de usarlos con fines, generalmente, ideológicos. Verbigracia, cuando el concepto inflación pasó de ser el incremento de la masa monetaria a la «subida general de precios», deslindó de cualquier responsabilidad a los gobernantes. Ahora los culpables son los comerciantes y esas «malas» personas que especulan en los mercados.
«Salud reproductiva», «derechos sexuales», «calidad de vida» y «regulación de la fertilidad» son otros ejemplos de términos que fueron pervertidos, ya que, en realidad, son usados como trampas para avanzar en las agendas de los organismos internacionales, en especial, el aborto y el control de natalidad. De esta forma, el más horrendo de los crímenes, quedó disfrazado bajo la careta de «derecho».
Pero la perversión del lenguaje fue solamente un inicio. Para la ONU era imprescindible que se establezca una nueva ética. De ahí que oficialmente, en 1993, a raíz de la Cumbre de Río, el Fondo para la Población de las Naciones Unidas se comprometió a impulsar una Constitución o Carta de la Tierra, que impusiera esta nueva ética: el ecologismo.
El ecologismo plantea que el hombre, la naturaleza y los animales no son muy diferentes. Ergo, los humanos no podemos dominar y señorear la tierra. Incluso, varias corrientes, por ejemplo, la de David Spangler, hablan de poner al hombre por debajo de los animales, un simple invasor en un planeta que no le pertenece. A esa última postura, adhieren varios de los más fervientes ecologistas, entre ellos, Maurice Strong y Henry Kissinger.
Justamente, fue Kissinger quien planteó que los países del Tercer Mundo deberían aplicar programas de control de natalidad, puesto que eran los responsables de gran parte de la contaminación del planeta. En su trabajo: Implicancias del Crecimiento Poblacional Mundial para la Seguridad de Estados Unidos e Intereses de Ultramar, expone:
Se deben cambiar los preceptos religiosos y culturales de los pueblos, que son los que hacen inviables las políticas de control de natalidad. Los encargados de implantar esas políticas deben ser los mismos naturales de los países en cuestión, previamente reeducados en los países del Norte. Es decir, asegurarse una gran despensa de recursos naturales sin consideración de las soberanías nacionales.
Este gran proceso de reingeniería social buscaba inventar unos principios éticos de comportamiento subjetivos y, peligrosamente, instrumentales, ya que justificaba la desaparición de ancianos y no nacidos.
Pero lo más trágico fue ver que países como mi natal Bolivia acabaron aceptando todos los dogmas anti humanidad del ecologismo. De hecho, la pauta de fecundidad en Bolivia experimentó una reducción de 7,5 en 1960 a 2,1 en 2024, de acuerdo con los datos del Censo y proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística en diciembre 2024. A nivel mundial, América Latina es la región que ha experimentado la caída más importante en cuanto a fecundidad, ya que entre 1950 y 2024 el descenso es de un 68,4%.
En conclusión, el ecologismo no es una sana preocupación por la naturaleza, sino una puesta en marcha del imperialismo demográfico.