El verdadero rostro de los Derechos Humanos
El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó, como baluarte contra la opresión y el genocidio, la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Después de una devastadora guerra y un holocausto de seres humanos por motivos étnicos y religiosos, la Declaración fue un hito en la historia de la humanidad en la defensa de la vida, la libertad y la dignidad humanas.
Durante las décadas de los 50, 60, 70 y 80s, hablar de Derechos Humanos era sinónimo del derecho a la vida, a fundar una familia, a recibir educación, a la alimentación y la salud, puntos con los que ninguna persona decente estaría en contra. Sin embargo, ya para mediados de los 90, se empezó a poner en la opinión pública la idea de «profundizar los Derechos Humanos».
La profundización consistió en presionar a los países miembros de la ONU a incorporar a sus legislaciones nacionales temas como el ambientalismo, el matrimonio homosexual, la lucha contra la discriminación, la planificación familiar y el aborto. Por ejemplo, Gertrude Ibwengwe, diplomática tanzana, en la apertura de la reunión preparatoria para la Conferencia de Beijing de marzo de 1995, expresaba:
Por consenso, en la Conferencia de El Cairo, los gobiernos afirmaron los derechos de la mujer sobre la salud reproductiva, incluyendo la adhesión a métodos seguros y efectivos de planificación familiar y asignaron los recursos para resolver los problemas de la salud reproductiva. Por lo tanto, la IV Conferencia Mundial para la Mujer debe producir compromisos para la acción unidos al compromiso de proveer recursos.
Por otro lado, en la reunión del Grupo de Expertos sobre mujer, población y desarrollo sustentable de 1996 se decidió que el equilibro medioambiental, solamente, se podía alcanzar mediante el control de la «elevada» tasa de natalidad y el empoderamiento femenino, que no es otra cosa que la aplicación del control poblacional mediante el aborto.
Ese mismo año, un par de meses después de las conferencias de El Cairo, se reunió la llamada Mesa Redonda de Glen Cove con el fin de planificar una nueva moral y, por ende, un nuevo marco legal a favor de los derechos sexuales de las mujeres. Básicamente, se logró equiparar el embarazo a una enfermedad. Por ende, si una mujer decidía no continuar con el mismo, impedir un aborto se podía considerar una forma de tortura o una negación del derecho a la salud.
Esta nueva estructura legal, por un lado, es una negación a la ciencia médica, ya que un embarazo no es una enfermedad, y por el otro, atenta contra la patria potestad, pues quita de la ecuación a los padres en cuanto a embarazo adolescente se trata. Imaginemos el caso de una adolescente de 15 años embarazada, lo más normal sería que sean los padres quienes apoyen a la muchacha con la gestación. Sin embargo, bajo estas leyes, la menor puede decidir terminar con el niño en su vientre sin necesidad de consultarlo con los padres. Los hijos arrancados de los brazos del hogar para ser entregados a las fauces de los burócratas del gobierno y las agencias internacionales.
Básicamente, los padres que se opongan o que decidan apoyar a sus hijas hasta el nacimiento del niño, pueden ser tratados como terroristas fundamentalistas, como varias veces lo ha manifestado Hilary Clinton.
Otra contradicción, se habla mucho de luchar contra la discriminación; empero, se aplica la peor discriminación contra los niños por nacer, puesto que solamente continuarán en vida aquellos que fueron «deseados». Los otros, que se gestaron sin ser planificados, deben ser eliminados como si se tratara de una peste.
Al respecto, Nicolás Márquez, en su artículo: El verdadero rostro de los Derechos Humanos, manifiesta:
El derecho humanismo ha servido como un paraguas para que criminales, matones, gánsteres y populistas puedan cometer toda clase de fechorías sin ninguna consecuencia. Sin embargo, progenitores que quieren apoyar a sus hijas embarazadas son tratados como delincuentes de alta peligrosidad.
A modo de cierre, el verdadero rostro de los Derechos Humanos se puede resumir una imposición ideológica que busca reducir la población y cometer un genocidio contra los más indefensos de la sociedad.