¿Estado laico o Estado anticristiano? La amenaza a la libertad religiosa
Si algo caracteriza al mundo moderno es la confusión. El lenguaje político se llenó de palabras talismán, esas que se usan para camuflar maldades; palabras comadreja, que dicen una cosa, pero significan otra, y las palabras malditas, que sirven para imponer una fobia a cualquiera que piense distinto.
Las universidades están siendo forzadas a tener baños transgéneros. Los empresarios deben pagar impuestos altísimos como compensación por su falta de «conciencia social». Los medios de comunicación no pueden contradecir el libreto de lo políticamente correcto. Los ciudadanos comunes, en post de un mundo mejor, estamos siendo obligados a cambiar nuestras costumbres y modo de vida. En suma, para el wokismo nada debe quedar fuera del control del Estado, pues, lo contrario, da lugar a injusticias y desigualdades.
Empero, los mismos que piden un panóptico que vigile y ayude a diseñar al «hombre nuevo», hecho a imagen y semejanza de ellos, son los primeros en gritar: Estado e iglesia, asunto separado, en especial, esa consigna la usan para satanizar a quienes defendemos la vida desde la concepción.
Acá es válida una pregunta: ¿se pueden separar la religión y la política?
No, porque toda religión incluye una cosmovisión del hombre, de la cultura, de la sociedad y de la política. De hecho, el wokismo, con su culto a la madre naturaleza y su endiosamiento de la autopercepción, se configura en una especie de religión.
Si bien, religión y política son imposibles de separar, lo que se debe separar es el Estado de las iglesias y organizaciones religiosas de cualquier fe.
La separación de iglesia y Estado es lo más coherente con los principios democráticos, pues, en este punto, como en muchos otros, la mejor manera de asegurar y salvaguardar la libertad es ponerle límites al poder estatal. No debe existir religión oficial, menos subsidios o leyes especiales para determinadas denominaciones. El Estado se mantiene al margen de estos asuntos, ya que, como diría Abraham Kuyper (pastor presbiteriano y primer ministro de Holanda a principios del Siglo XX): superan por mucho su esfera de funciones.
La verdadera intención que el wokismo oculta bajo el rótulo de laicismo es la siguiente:
En el cristianismo es fundamental la koinonía, un concepto bíblico que enseña el amor por el otro, sin importar su condición social o su color de piel. Lo cual indica cuán importante fue para los primeros cristianos la participación y coparticipación en la fe, el testimonio, el amor fraternal, la ayuda mutua y la esperanza, nada malo, ¿verdad?
Sin embargo, esos principios chocan frontalmente con la dialéctica del opresor y oprimido. De ahí, que, por ejemplo, en Bolivia, la izquierda haya usado como estandarte de batalla la descolonización, pues, de esa manera, ha exacerbado la lucha de etnias, o que los grupos feministas busquen la confrontación entre hombres y mujeres. Una sociedad de todos contra todos, es el mejor escenario para que aparezcan los salvadores y mesías. Nada más útil para los ambiciosos de poder que crear un apocalipsis social que sólo ellos pueden detener.
Además, en un mundo que presume ser diverso y tolerante, la única diversidad que no cabe es la religiosa y la tolerancia no incluye a los cristianos. En efecto, el director para África de Open Doors, Joshua Williams, en una entrevista para www.libertadreligiosa.com, explica:
En Nairobi: en los últimos 15 o 20 años, 19.000 iglesias o capillas han sido atacadas y dañadas en África, y de esas, 15.000 estaban en Nigeria. En 2024, se calcula que más de 4.500 cristianos fueron asesinados por su fe en 12 países del Sahel, 114.000 obligados a huir, 16.000 casas destruidas y 1.700 iglesias dañadas.
En conclusión, bajo el pretexto de Estado laico lo que se busca es silenciar a los cristianos e impedirles practicar su fe.