La historia es muy injusta con Simón I. Patiño
El 31 de octubre de 1952, en la localidad de Siglo XX, dentro del proceso conocido como Revolución Nacional, Víctor Paz Estenssoro, junto con su Ministro de Minas, Juan Lechin Oquendo, firmaron el decreto de nacionalización traspasando los bienes de las 163 minas distribuidas en 78 compañías mineras de Patiño, Hochschild y Aramayo (los varones del estaño) a la recientemente creada Corporación Minera de Bolivia. La nacionalización de las minas fue vista como la «independencia económica» de Bolivia tanto por el Movimiento Nacionalista Revolucionario y los medios de prensa.
Aunque Mauricio Hochschild, Carlos Víctor Aramayo y Simón I. Patiño fueron víctimas del decreto de nacionalización, es con Patiño -quizás porque era el más grande de los tres- que la historia es lo más injusta.
Simón I. Patiño nació en Cochabamba en 1860. Trabajó como administrativo en la Compañía Minera Huanchaca antes de mudarse a Oruro, donde fue empleado de la firma comercial Hermann Fricke y Cia. Se trasladó a trabajar a la mina Huanchaca de Aniceto Arce, trabajando allí por algunos años, como laborero. El 26 de agosto de 1895, Patiño junto con otro minero llamado Sergio Oporto adquirieron la mina La Salvadora.
Charles F. Geddes, en su libro Patiño rey del estaño, nos muestra las misivas que Patiño escribía con puño y letra a su socio. En una carta de Fecha 7 de diciembre de 1895, se puede leer el siguiente fragmento: «Lo ayudaré más allá de mis posibilidades, puesto que los dos debemos ser uno y correr la misma suerte». Pero en otras, eran la mayoría, Patiño hablaba de la situación complicada de los negocios. Por ejemplo, las disputas legales por la concesión minera y las dificultades en los medios de transporte. En gran medida, esas misivas escritas por el industrial estañero son su propia autobiografía donde se puede apreciar disciplina, ahorro y trabajo duro (los valores capitalista por antonomasia).
Debe ser muy frustrante -especialmente para un hombre que acumuló el 41% del estaño del mundo en sus manos, que financió innumerables obras educativas a lo largo del país y que, en gran medida, fue el impulsor de la modernidad en Bolivia- ser tratado como «explotador», especialmente por mineros y campesinos, y de «cholo» por los miembros del Club Social de Cochabamba. No sería de extrañar que la decisión de mudarse a París en 1912 no haya requerido demasiado esfuerzo, pues la familia terminó vinculándose con la nobleza europea, y más tarde también con los más reconocidos personajes de Wall Street como de Hollywood, al mudarse a Nueva York por la Segunda Guerra (el que tiene riqueza puede vivir donde le da la gana).
Como nota aparte, se debe hablar de una de sus descendientes, Albina du Boisrouvray (hija de Luz Mila Patiño y el Conde Guy du Boisrouvray), conocida como La condesa roja o la Oveja negra de la familia, quien fue mecenas de varios intelectuales de izquierda, por ejemplo, Jean Paul Sartre y Gabriel García Márquez -note la paradoja, la izquierda es tan inútil que necesita el dinero de los capitalistas para despotricar contra el libre mercado y la riqueza-.
¿Qué debemos aprender de la historia de Simón I. Patiño?
Primero, que con carácter y ganas de triunfar cualquiera puede alcanzar el éxito, incluso alguien como él que apenas había cursado unos cuantos grados de primaria.
Segundo, cuando el MNR nacionalizó, en realidad fue un robo, las minas, no perdió la familia Patiño, sino el país entero, ya que consolidamos un sistema político que espanta a cualquiera que sepa crear riqueza.
Finalmente, dejar que funcione el libre mercado y que los ricos sigan haciendo riqueza es la mejor receta para combatir la pobreza.