Cuidado con nacer hombre
Jeanine Añez, expresidente de Bolivia, tuvo infinidad de errores. Pero tres fueron los peores: a) jugar a la democracia con el Movimiento Al Socialismo, b) tener un pésimo diagnostico de la economía boliviana, y c) hacerle juego el feminismo. Puesto que luego del anuncio de su candidatura para las elecciones 2020 recibiera críticas muy fuertes, varios de sus ministros respondieron con la clásica falacia feminista de: «la discriminan por ser mujer».
Pero ese tipo de chantajes no se limitan a Añez, sino que son transversales a toda la política boliviana, por no decir de occidente entero. Por ejemplo, Arminda Choque (directora de ASANA Bolivia) dijo: «me discriminan por ser una mujer indígena». Aunque las críticas no fueron ni a su sexo ni a su color de piel, sino a la manera en que fue posicionada en el cargo.
Muchas damas han adoptado esta postura victimista como resumen de todos los males de las mujeres en lo que a paridad y poder se refiere. No llegamos a determinadas posiciones, nos dicen, porque un techo de cristal nos lo impide: el techo de la discriminación impuesta por los hombres que cierra nuestro paso al poder. Aunque en la realidad, ese relato no soporta el más superficial de los análisis. Veamos.
Primero, la exclusión femenina del voto no respondía a razones de sexo, sino al principio jurídico de una obligación igual a un derecho. Ya que durante siglos los hombres estaban obligados -en Bolivia todavía lo estamos- a prestar el servicio militar, era lógico que sean ellos los que tengan la exclusividad del voto. Dado que no sería coherente que las mujeres elijan gobernantes que inicien una guerra donde morirían sólo los hombres.
En efecto, Adela Zamudio -la precursora del feminismo en Bolivia a principios del siglo XX, y a quien mi abuela consideraba una histérica sin oficio- se equivocó rotundamente al pensar que un hombre, a quien la señora alegremente llamaba idiotas– tiene más derechos que una mujer inteligente. Ya que para la época que Adela Zamudio vivió, los hombres bolivianos habían dejado su vida en La guerra del Pacifico, La guerra civil y, aunque un par de años después de la muerte de Zamudio, en las ardientes arenas del Chaco.
Segundo, y como consecuencia directa de la revolución industrial, las mujeres en occidente gozan de bienes y servicios en abundancia, de igualdad ante la ley y de una amplitud de oportunidades en el mundo laboral. Pero todavía se escucha hablar de la brecha salarial (un término popularizado por la marxista Silvia Federeci), aunque en la práctica la determinación del salario responde a muchas variables (formación, experiencia, liderazgo, etc.) donde el sexo es casi prescindible. De hecho, en Bolivia existen rubros laborales donde las mujeres pueden llegar a ganar hasta ocho veces más que los varones, el modelaje, por ejemplo.
Como vemos, cuando a los militantes feministas se los enfrenta con los datos históricos, sacan a relucir teoría escritas directamente por, y para, feministas que intentan reconstruir la historia. Estas teorías son interesantes, pero no dejan de ser especulaciones, porque existen pocos métodos para estudiarlas más allá de las suposiciones. Casi todas estas se basan en reconstruir una cultura a partir de mitos popularizados en poemas, Nacer hombre, de Adela Zamudio es un caso, o figurines de arcilla.
Finalmente, toda la histeria feminista ha calado tan hondo en el sistema jurídico occidental, que las mujeres gozan de varios derechos por encima del varón. Verbigracia, la presunción de verdad. Ya que, si una mujer dice que fue golpeada por un hombre, el sistema judicial está obligado a creerle, aunque su palabra sea su única «prueba». Fenómeno que ha dado lugar al gran negocio de las denuncias falsas, como muy bien lo explica Alicia Rubio (diputada por VOX en la asamblea de Madrid) en su libro Cuando les prohibieron ser mujeres y los castigaron por ser hombres.
Si señores, estamos viviendo una época en que, a nombre de la igualdad absoluta, es un peligro nacer hombre.