El tiempo de las victimas
Desde su renuncia al cargo de presidente de Bolivia, noviembre 2019, Evo Morales insiste que fue víctima de un golpe de Estado. Y es que el líder cocalero no pierde oportunidad de afirmar ser «discriminado» y «odiado» por su condición de indígena ―aunque Morales nunca menciona que para postularse a esas elecciones tuvo que violar la Constitución Política de Bolivia―.
Sin embargo, esta manía de declararse victima por todo, y de esa manera excusarse de los delitos, no es patrimonio exclusivo de los indígenas sudamericanos. De hecho, es un fenómeno que nace en las universidades norteamericanas más reconocidas. Así es, los más fervientes «antiimperialistas» adhieren a ideas muy gringas. Veamos.
En su libro, The Rise of Victimhood Culture. Microaggressions, Safe Spaces, and the New Culture Wars, los sociólogos Bradley Campbell y Jason Manning aprecian como el honor, la lealtad y el sacrificio ―valores que en otros tiempos prevalecieron en occidente― están siendo reemplazados por la cultura de la victimización. Una cultura que lleva a la gente a enfatizar, incluso falsear, el victimismo con fines totalitarios, una nueva inquisición diría Axel Kaizer.
Empero, la parte más peligrosa de la cultura de la victimización es la capacidad que tiene para fomentar los malos comportamientos. Pues, como la calidad de víctima no se puede conseguir por mérito propio, lo que se termina creando es un sistema donde, de manera casi permanente, se debe denunciar a otro por cualquier «microagresión»
Por ejemplo, En noviembre del 2013, Val Rust, profesor emérito de la Universidad de California, experimentó en carne propia el poder de esa nueva inquisición. Puesto que ― por el simple hecho de haber corregido la ortografía en los ensayos de un alumno que había escrito la palabra «indígena» con mayúscula― fue sometido a una brutal campaña de descrédito por parte de varios estudiantes. Ahora bien, la verdadera razón de la persecución a Rust se debía a que ―como planteó otro profesor de la misma universidad― exigir mejor gramática a los estudiantes era simplemente visto como una «microagresión racista».
El implict bias o sesgo implícito es la «teoría» que explicaría como algunos grupos sociales comenten todo tipo de microagresiones contra las denominadas minorías no privilegiadas.
Según los promotores del sesgo implícito, hay ciertos grupos de personas ―hombres, heterosexuales, blancos y exitosos, por lo general― que tienen prejuicios ocultos en su psique contra los negros, homosexuales, mujeres, indígenas o migrantes. El propio Evo Morales usó esta teoría, cuando el año 2006, con motivo de su toma de gobierno, se refirió a sus seguidores como: «la reserva moral de la humanidad». Inmediatamente después, lanzó una pila de adjetivos denigrantes contra todos aquellos que no estaban alineados con él.
Toda la perorata alrededor del sesgo implícito no es más que una forma de racismo a la inversa, y que se está usando para justificar todo tipo de acciones violentas por parte de individuos que pertenecen a algún grupo catalogado como «victima». Por citar un caso, en su informe sobre los hechos acontecidos en Bolivia en noviembre 2019, Patricia Tappatá, una de las integrantes del GIEI, usó toda la narrativa del «odio racial» para descalificar a los integrantes de la Resistencia Juvenil Cochala (RJC) y, al mismo tiempo, limpiar la imagen de los equipos de choque que respondían a Morales. Claro que Tappatá nunca mencionó que los grupos afines al Movimiento Al Socialismo tenían instrucciones para saquear negocios y matar personas, y que la RJC sólo reaccionó defendiendo su ciudad y a las familias cochabambinas.
Ni siquiera el lenguaje se libra de la nueva inquisición. Puesto que a palabras como alumno o maestro se las llenó de connotaciones negativas, y se las reemplazó por otras que suenan más cool e inclusivas, verbigracia, facilitador y estudiante.
Asimismo, los dueños de las Big Tech ―a nombre de tolerancia e inclusión― usan sus compañías para imponer una agenda antivalores. Toda una agenda cultural que le es muy funcional a los enemigos de occidente, China, especialmente, y donde estas empresas cumplen la función de comisarios del pensamiento.
Es evidente que nos encontramos frente a una nueva programación cultural, un nuevo software que busca el sometimiento de la humanidad ante un grupo de burócratas de las altas esferas de la ONU y otras organizaciones ligadas a los Derechos Humanos ―no es casualidad que detrás de Evo Morales se encuentren muchas ONGS que reciben dinero de la Open Society de George Soros―. Aunque no se quedan atrás el Foro de Sao Paulo, el Grupo de Puebla y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe.
¿Qué podemos hacer?
Como padres de familia, vigilar muy de cerca los contenidos que se imparten en las escuelas de nuestros hijos. Además, se debe fortalecer los lazos familiares, porque un individuo aislado de todo afecto es muy fácil de controlar.
Como bolivianos, exigir que nuestros políticos, en especial aquellos que se llaman opositores, respondan a la gente que los eligió, y no a intereses transnacionales. Porque ni la ideología de género ni el aborto son progreso, sino simplemente componentes de una agenda destructiva de nuestra nación.
¡Nadie se cansa! ¡Nadie se rinde!