La zombificación de la sociedad boliviana
A comienzos de los años 80, Wade Davis, antropólogo canadiense, pasó varios meses investigando unos supuestos casos de muertos vivientes en Haití. Sus teorías sobre la zombificación de las personas dividieron a la comunidad científica. Pero también dieron origen a toda una cultura sobre zombis.
Desde La serpiente y el arcoíris, uno de los primeros filmes que trata sobre la temática, hasta las modernas versiones de NETFLIX se muestra a los zombis como una jauría cuya única misión es expandir el virus, aunque en el intento vuelvan a morir. No sienten dolor ni nada parecido. Como la epidemia se extiende a gran velocidad, las zonas normales y sanas son cada vez más pequeñas. Por ende, sus habitantes tienen que tomar medidas extremas para, tan solo, sobrevivir.
Aunque este escenario apocalíptico tiene sus orígenes en la ciencia ficción y el cine de terror, no está lejos de convertirse en realidad. Pero no por una droga o la mano negra de un brujo vudú, sino por un elemento mucho más peligroso: la pobreza. Veamos.
En mayo pasado, una investigación realizada por el Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA) reveló que casi dos tercios de los ciudadanos bolivianos sufrió una disminución en sus ingresos. Además, el 80 por ciento reportó que no le alcanza para llegar a fin de mes. En consecuencia, las familias se ven obligadas a acudir a préstamos bancarios y de prestamistas independientes.
Por su parte, la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) estimó que en el año 2020 en Bolivia la pobreza moderada aumentó de 31,1% a 37,5% y la pobreza extrema de 12,1% a 14,7%.
En ambos estudios se pone a la pandemia como el factor clave en el incremento de la pobreza. Sin embargo, la cuarentena ―a pesar de ser una pésima medida muy típica de los regímenes liberticidas― fue tan solo un elemento agravante. Pues el mayor problema en Bolivia es el agotamiento del nefasto El Modelo Económico Social Comunitario Productivo (MESCP), implantando por el Movimiento Al Socialismo allá por el 2006.
La cosa va tan mal, que hasta el propio Evo Morales criticó a su antiguo ministro de economía y hoy presidente del país, Luis Arce Catacora. Las palabras textuales del cocalero fueron:
Hay un pedido permanente, que faltan obras, no hay movimiento económico. Esa demanda es permanente. Inclusive hace dos días tuve la oportunidad de almorzar con hermanos constructores del Trópico, dueños de hoteles, conversé con los dueños de surtidores y me decían cómo bajó el jornal. Antes el jornal se pagaba, a cualquier obrero, 120, 100 bolivianos. Ahora es 60, 70. En el altiplano boliviano se quejan de que está a 30, 40, o máximo 50 bolivianos el jornal. ¿Eso qué significa?, que no se siente el cambio económico. Está mejorando la economía, pero no se siente en la familia ni del campo, ni en la ciudad.
Hoy todo el país es testigo, incluso los propios militantes del MAS, de la búsqueda desesperada de financiamiento para intentar sostener a flote su modelo. De hecho, al inicio de esta semana la CAF aprobó al gobierno de Bolivia un crédito de $ 400 millones. Note lo paradójico del asunto, un régimen que presume de ser «soberano» y «autosuficiente» necesita de los prestamos internacionales para sobrevivir.
Pero con el crecimiento de la pobreza vienen otros problemas, entre ellos, la inseguridad.
Según el informe Proyecto de Opinión Pública de América Latina 2020 (LAPOP), que recoge datos sobre seguridad ciudadana en las Américas, la percepción promedio de inseguridad en la región aumentó de 37,6 en una escala de 100 puntos en 2017 a 43,2 en 2019. El aumento fue especialmente alto (8%) en Bolivia, Perú, Colombia, Paraguay y Venezuela.
Asimismo, el grupo InSight Crime, en una investigación sobre los cárteles presentes en Bolivia, muestra que la pobreza y falta de empleo lleva a muchos jóvenes a buscar una vida en el mundo del narcotráfico. De ahí que el sicariato haya crecido a pasos agigantados en ciudades como Santa Cruz, Cochabamba y La Paz.
En Bolivia, con mayor énfasis en las ciudades más grandes, se ve un incremento acelerado de barrios cerrados y protegidos por guardias privados. La razón es siempre la misma, la inseguridad. Es como dije al principio de esta nota, nuestro país se parece cada vez más a una zona de guerra zombi, donde los pocos que tienen recursos se ven arrinconados a espacios cada vez más pequeños.
¡Pobre país!