El ambientalismo, otra utopía coercitiva
Si usted observa la cultura, la política, el entretenimiento y la religión notará que “la naturaleza” es el objeto de adoración de muchos en la Mundo Occidental. Aunque los más comprometidos ecologistas afirman ser demasiados sofisticados para seguir una religión, su nuevo “ambientalismo” es, en realidad, un reempaque de viejos mitos panteístas combinados con mucho marxismo.
El ecologismo, como toda religión, tiene componentes éticos, eclesiales y escatológicos. La ética ecologista es enferma. Para un ecologista está mal cortar árboles, pero está muy bien abortar bebés. La iglesia ecologista es el Ministerio de Desarrollo Sostenible. Es ahí, donde el ecologista tiene sus sacramentos y su liturgia, además de advertir a la humanidad sobre un inminente “calentamiento” global o una nueva era del hielo (la versión ambientalista del apocalipsis bíblico).
La influencia del ecologismo es tan grande que va desde películas como “The Day After Tomorrow” hasta la encíclica papal “Laudato Si”. El mensaje es el mismo desastre ecológico y una supuesta salvación mediante la intervención del Estado. Si la esfera de acción de los ecologistas se circunscribiría a los pizarrones universitarios, no pasaría de ser otra utopía hippie. Lastimosamente, su influencia llega a los gobiernos y a los hacedores de políticas públicas.
Erich Isaac es autor del libro “Los utópicos coercitivos”, un trabajo de 1984, que explica la influencia que tuvo el movimiento ecologista desde la década del 60 hasta la gestión de Jimmy Carter, época en la cual muchos ambientalistas ocuparon posiciones de poder. Su influencia fue vital para la aprobación de leyes pro medio ambiente, por ejemplo, La Ley del Aire Limpio de 1970, Ley de Control de Ruido de 1972 o la Ley de Desechos Sólidos de 1976. Tal es el criterio regulador de estas leyes que las instituciones creadas para hacerlas cumplir asumían, al mismo tiempo, funciones legislativas, judiciales y ejecutivas. Esta enorme burocracia es, en realidad, un gobierno paralelo a todas las instituciones políticas estadounidenses.
El utopismo ambientalista tiene un alto costo. Los costos incluyen la creación de nuevos impuestos, la restricción de la actividad económica y un incremento del gasto gubernamental (uno de los grandes negocios de las élites herméticas) y, sobre todo, la “fatal arrogancia” que tienen estos burócratas que consideran que sus elevadas mentes están por encima de toda la sociedad.
Un principio filosófico dice que la solución al problema tiene que ser de la misma naturaleza del problema. Los problemas químicos tienen soluciones químicas. Los problemas políticos tienen soluciones políticas. Y los problemas religiosos tienen soluciones religiosas, ergo, la única forma de combatir al ecologismo es con el cristianismo, la única fe verdadera. Pero el arma de combate no la oración, aunque ayuda. El arma de combate es la cosmovisión cristiana. Cosmovisión que pone al hombre como mayordomo de la creación para que la sojuzgue y la haga fructífera, pero además establece que son los contratos e instancias privadas las mejores maneras de cuidar el medioambiente.
Fuente: www.visorbolivia.com