El socialismo, una fábrica de enfermedades
El escritor cristiano Dennis Peacocke, en su libro “On Destiny Of Nation, Resolving Our Economic Crisis”, describe el avasallamiento estatal en la vida de los ciudadanos. Dennis Peacocke explica que los sistemas de educación y de salud “pública” son, en realidad, las oficinas de diseño del “hombre nuevo socialista”.
Muchas naciones del mundo “desarrollado” están medicando a sus ciudadanos con diversos narcóticos para un abanico de enfermedades inexistentes. Características propias de la vida están siendo convertidas en patologías en base a estudios de muy dudosa veracidad científica, pero cargados de mucha ideología. Por ejemplo: la pereza de un lunes en la mañana, ahora se llama “síndrome del fin de semana”, o el aburrimiento ante una clase tediosa es catalogado con el “Síndrome del Déficit de Atención e Hiperactividad”. En realidad, la medicación para estas patologías es un dopaje masivo promovido por el Estado, cuya meta final es convertir al ser humano en un debilucho incapaz de enfrentar los problemas de la vida.
Domingo Orozco, médico familiar y presidente de la Asociación Valenciana de Medicina Familiar, el año 2006, en el congreso de Medicina de Valencia expresó lo siguiente: “La OMS ya no define la salud como la ausencia de una enfermedad, sino como una situación de bienestar físico, social y mental, una definición utópica muy peligrosa que solo favorece a las grandes corporaciones fabricantes de medicina”. Por su parte, Pablo Alonso, médico cirujano e investigador académico, manifestó que: “Lastimosamente, la medicina está secuestrada por grupos económicos y políticos que están interesados en vender tratamientos de forma masiva, muchos medicamentos están a la venta justo antes del ‘descubrimiento’ de la enfermedad”.
Ese fenómeno no es nuevo, es solo el viejo mercantilismo, una
deformación del capitalismo que resulta de la unión incestuosa entre el
Estado y los empresarios mediocres que, como dijo Lenin: “serian capaces
de vender al Estado las cuerdas con las cuales serán colgados”.
Debemos romper el mito de la “salud gratuita”. Primero, porque no
existe nada gratis en la vida. Y segundo, porque la salud es una
responsabilidad individual, parte del autodominio que debe tener una
persona racional y adulta.
En este tema, al igual que en la educación, los pobres suelen ser el pretexto perfecto para incrementar el poder estatal sobre estas áreas. Pero las instituciones de voluntariado cumplen una mejor función que toda la burocracia estatal. Es más, el desarrollo de los hospitales, tal como los conocemos en la actualidad, está ligado al mandato cristiano de la caridad con los necesitados.
La preocupación por los enfermos, parece algo constante en la historia, pero esto no es así. Por ejemplo, durante las pestes de Cartago y Alejandría, ante las cuales los paganos huyeron dejando a sus amigos y familiares enfermos, fueron los cristianos quienes permanecieron junto a ellos, dándoles reposo físico, medicinas y ofreciendo oraciones. Otro signo de caridad por parte de los primeros cristianos lo conocemos a través del soldado romano Pacomio, el cual comenzó su camino a la conversión tras ver cómo los cristianos asistían a aquellos soldados romanos que lo necesitaban, a pesar de que no hacía mucho habían sido perseguidos por esos mismos soldados.
El desarrollo de los hospitales como centros de atención asociados a lugares de peregrinación siguió en aumento y se extendió hacia los monasterios. Los monjes, regidos por la regla benedictina, tenían la obligación de atender a los monjes enfermos, pero pronto esa costumbre se extendió hacia toda la población. Los monasterios entonces no solo comenzaron a acoger enfermos, sino que, además, en algunos casos reunían a médicos y eran lugares de traducción y preservación de textos médicos, siendo entonces lugar de avance de las artes médicas, dando pie a lo que se conoce como medicina monástica. En la actualidad, y en nuestra América, las diferentes denominaciones cristianas financian un número enorme de hospitales y centros de salud.
La salud, al igual que la educación, es una función que debe ser devuelta a la sociedad civil, esa es la única forma de garantizar la calidad y la libertad.
Fuente: www.visorbolivia.com