Las consecuencias de la histeria ecologista
Infundir temor es una de las grandes habilidades de la izquierda. Los primeros socialistas satanizaron a los capitalistas. Luego vino la nueva izquierda y toda la parafernalia respecto al género, el aborto, el indigenismo y el ecologismo, quizás la versión más fatídica del discurso socialista, con su escatología y sus versiones de un apocalipsis ambiental.
Por ejemplo, a principios del 2010, en Buenos Aires – Argentina, Francisco Lotero y Miriam Coletti, movidos por un temor agudo al cambio climático, asesinaron a sus hijos, la última con tan solo siete meses, y luego se suicidaron. La familia Lotero Coletti llegó a la conclusión que la única manera de reducir la emisión de carbono era acabar con sus vidas ¿Eso no es acaso un caso de histeria ambientalista?
La histeria ecologista se infiltró en las universidades, las escuelas, los medios de prensa y los partidos políticos. Ni siquiera la Iglesia Católica quedó al margen de los temores ambientalistas. En la encíclica ‘Laudato Si’ el papa Francisco llama a tomar conciencia de los peligros del “calentamiento global” y de la pérdida de biodiversidad, adicionalmente, el papa aprovechó la oportunidad para atacar al mercado libre, la propiedad privada y el capitalismo, algo muy rutinario en el actual obispo de Roma.
Como siempre, son los pobres quienes sufren las consecuencias de las malas políticas estatales impulsadas por los socialistas. En Norteamérica, los productores de maíz son obligados a cumplir rigurosos y costosos reglamentos ambientalistas, costos que son trasladados al precio final del maíz, por lógica, son las personas de bajos ingresos quienes se ven perjudicas al tener que comprar maíz más caro.
Por otro lado, la tragedia ambiental más grande los últimos 40 años es la muerte innecesaria de casi cincuenta millones de personas debido a la malaria. Esta es más que la gente que Hitler asesinó, el doble de las víctimas de Stalin y muy cercana la cantidad de las víctimas de Mao. Con la diferencia que las muertes por malaria son el resultado directo de la ecohisteria.
Los datos de la malaria chocan de frente con toda la ideología ambientalista. Los inventores del calentamiento global, los propagandistas y todos los ecologistas neuróticos argumentan que la malaria es una enfermedad tropical que se expande, porque la tierra está más caliente. Pero la realidad te dice que incluso durante “La pequeña era del hielo”, época donde se congeló el rio Támesis, la malaria crecía a un ritmo galopante en los pantanos de Essex. En los EE.UU. los pioneros de Wisconsin no desconocían la malaria y en 1878 el “New York Times” reportó brotes de malaria en Brooklyn y Coney Island.
Ciertamente, nadie culparía de estos brotes al calentamiento global. Tampoco esos lugares son paraísos tropicales. En occidente la malaria fue contralada gracias a la invención del pesticida DDT. Pero luego, de la mano de la ecologista Rachel Carson, autora del libro “Primavera Silenciosa”, el DDT fue prohibido en los Estados Unidos. Prohibición que no tuvo mayores repercusiones para el público norteamericano porque la atomización ya había eliminado la malaria y la fiebre amarilla, pero si fue fatal para la naciones más atrasadas donde las muertes por malaria se volvieron a disparar.
Hoy, el DDT sigue siendo el mejor agente contra los mosquitos, pero para los ecologistas radicales eso no les importa, para ellos es muy conveniente acabar con la sobrepoblación y recibir premios por sus supuestos aportes en la construcción de un “mundo mejor”.
Al final, la batalla se resume en dos posturas acerca del hombre. La primera, que ve al ser humano como un creador y que necesita libertad para desarrollar sus potencialidades. Y la segunda, que considera que el hombre es un parásito que debe ser controlado por un gran Estado, para que no haga tonterías.
Fuente: www.misesreport.com y www.visorbolivia.com