Un Estado obeso no es saludable
Voy a empezar siendo honesto, no me agrada hablar con economistas. Y por economistas me refiero esos personajes que salen a defender unos supuestos “indicadores” económicos y hablar de las acciones que deberían seguir los gobiernos para que los países alcancen el “desarrollo”.
Todos celebran cuando el Producto Interno Bruto crece a ritmos elevados, cuando se reduce el desempleo y muestran una obsesión con el gasto estatal en educación y salud. Pero nadie hace las preguntas claves ¿Es el PIB un buen indicador de la economía? ¿El empleo crea riqueza, o es que la riqueza crea empleo? Y quizás la más importante ¿Un Estado gastador es la mejor manera de salir de la pobreza?
En primer lugar, el Producto Interno Bruto tiene dos errores de concepción. Uno, considera que al consumo como el motor de la economía, cuando ya está más que demostrado que ese papel lo juega el ahorro. Y dos, obvia por completo la naturaleza ontológica del Estado.
Sucede que los Estados tienen una naturaleza represiva, del cual nadie puede sacarlo, so pena de causar graves desordenes en la sociedad. Por naturaleza el Estado es juez, soldado y policía. Así que mejor se use para eso. Pero los utopistas de todos los colores (desde los marxistas hasta los keynesianos) quieren convertir al Estado en banquero, comerciante, industrial, medico, artista y hasta en hermanita de la caridad.
Por eso, mientras no se corrija ese error, cualquier indicador económico es irrelevante. Por ejemplo, no es lo mismo crecer al 4% en Chile donde la inversión privada y el libre mercado juegan un rol importante, que hacerlo al 5% en Bolivia donde el Estado gasta a manos llenas y asfixia a los ciudadanos con impuestos elevadísimos y legislaciones esclavistas.
En el caso del empleo sucede algo parecido. Con la inversión privada ganamos por dos lados. Primero, produciendo bienes y servicios que la sociedad demanda. Segundo, creando empleos verdaderamente productivos. En cambio, los empleos creados por el gasto estatal son, en realidad, innecesarios e improductivos, y se financian a costa de la riqueza individual. El gran Friedrich A. Hayek dice “cuando más planifica el Estado, más complicada se le hace al individuo su planificación”
Junto con el socialismo, el Estado gastador debe ser la mentira mejor vendida en el siglo 20. Según el profesor Benegas Lynch “el índice de gasto público en los países desarrollados paso de ser un 5% a principios del siglo XX a un 65% del PIB para la década de los 90”.
La situación es mucho peor en países como Bolivia, donde a nombre de una lucha contra la pobreza, los gobernantes gastan insignes cantidades de dinero que solo sirven para inflar unos indicadores muy cuestionables, y son el origen de grandes actos de corrupción. Lastimosamente, los economistas parecen no quieren comprender que engordar al Estado no es saludable.
Una economía libre distribuye la riqueza de acuerdo al aporte productivo de cada persona y empresa. El mercado es muy eficiente premiando la innovación, el ahorro y la inversión. Nada supera al capitalismo para alcanzar prosperidad. Pero ese cambio debe ser impulsado por una fuerza política que enarbole los principios del gobierno limitado, mercados libres y propiedad privada.