Entre la frontera entre China y Paquistán se encuentra la montaña del Chogori Ketu – más conocida como K2 –, que es la segunda más alta de la Tierra detrás del Everest. A diferencia de su hermano mayor, solo muy pocos hombres se han atrevido a escalar este coloso, pero ni aun esa gran dificultad detiene a los montañistas que intentan conquistar su pico.
Justamente, es ese espíritu de conquista que tenemos los seres humanos la característica que más odian los ambientalistas. Allí, donde se debería ver la gloria por la búsqueda constante de nuevos horizontes para la humanidad, los ambientalistas ven solo barbaros queriendo profanar los picos sagrados.
Teóricos ambientalistas como Matthew Fox, Cristopher Manes y Al Gore acusan a la sociedad occidental de “antropocentrismo”, “complejo de civilización” y de “perturbar el equilibrio ambiental”. Para estos eco – furiosos los avances en medicina, ingeniería, tecnologías y agroindustria son solo expresiones de una maldad infinita y de una humanidad enferma.
Posiblemente, Maurice Strong fue el ambientalista más peligroso por su capacidad de influencia en la ONU – fue el precursor del PNUMA–, su largo historial comunista y su enorme fortuna destinada a la propagación del socialismo verde. En realidad, la persistencia misionera de Strong para difundir durante décadas su mensaje medioambiental de muerte y destrucción se explica mejor como un celo casi religioso para preparar el camino hacia el “Nuevo Orden Mundial”, al que dicha fatalidad medioambiental supuestamente dará lugar.
Pistas adicionales sobre las creencias místicas y de la Nueva Era de Strong proceden de lo que él mismo consideraba su mayor logro: la creación de la Carta de la Tierra. Esta Carta surgió del Instituto del Consejo de la Tierra, que Strong fundó en 1992 con la ayuda de Mikhail Gorbachov, David Rockefeller, Al Gore, Shimon Peres, y otros varios de sus amigos globalistas.
La página web del propio Strong ha descrito la Carta de la Tierra como “una ampliamente reconocida declaración de consenso global sobre la ética y valores para un futuro sostenible”. Pero el mismo Strong ha enmarcado el documento en términos religiosos, diciendo que espera que sea como unos nuevos Diez Mandamientos.
No podemos negar que todo ese esfuerzo rindió tremendos frutos. Las escuelas y universidades enseñan cualquier cosa que tenga la palabra “sostenibilidad”, la fiesta del Día de la Tierra se celebra a nivel mundial y casi nadie cuestiona el “cambio climático”.
Al extremo que las opiniones de una niña de 16 años y enferma de Asperger se toman como la fuente última de verdad. La joven activista sueca es fundadora del movimiento Fridays for future y hoy – 23 de septiembre del 2019 – salto a la fama cuando criticó a los líderes de varios países de pensar solo “en un crecimiento económico sin límites”, de “robar el futuro de los niños” y “de poner al mundo al borde de un colapso”.
En realidad, esta pobre niña – al igual que muchos jovencitos – es solo producto de un adoctrinamiento que busca acabar con la civilización occidental desde adentro. Nada de lo que dijo en su discurso es nuevo, y mucho menos científico. En su libro Resistiendo al dragón verde, James Wanliss muestra todas las profecías fallidas de Al Gore, que si bien fueron solo falsas alarmas, resultaron muy rentables para ONGS en casi todo el mundo.
Y tampoco es cierto que el capitalismo sea un sistema depredador con la naturaleza. De hecho, es todo lo contrario, los países capitalistas tienen menos contaminación, más zonas preservadas y mejores niveles de vida.
El ambientalismo no es ciencia, es solo ideología que busca limitar el desarrollo y acabar con todo lo bueno que tiene la humanidad.
Soraya Peredo
septiembre 28, 2019 @ 8:48 pm
Buenas reflexiones