En la comunidad soy alguien, para el Estado soy un número
Cuando los revolucionarios franceses aparecieron en la escena política mundial, lo hicieron con la declaración que empezaría un nuevo orden donde la divinidad, las tradiciones y los reyes pasaban a la historia –ahí nació el mito de la edad media y el oscurantismo–, y la nación seria quien demande la lealtad de los ciudadanos. El Abad Sieyès, en su panfleto ¿Qué es el tercer Estado? defendía una visión política revolucionaria según la cual la soberanía reside en la nación, y ésta la componen los ciudadanos que se rigen por una misma ley; esto excluía a los estamentos privilegiados y legitimaba que el Estado reformara por sí solo las instituciones tradicionales.
Esas ideas resultaron tan devastadoras que toda Europa entro en guerras y revoluciones sangrientas, oleada de violencia que recién se calmó – y por corto tiempo – en 1945. Para Roger Scruton el nacionalismo es un mal reemplazo de la religión porque no enseña el amor al prójimo, sino el odio al diferente.
Frente a toda esta oleada de revoluciones e ingeniería social, surgieron diferentes corrientes de pensamiento que hacían frente a los planteamientos nacidos en la Revolución Francesa. Por ejemplo, el tradicionalismo hispano, cuyo aspecto más relevante es la defensa del orden tradicional como elemento fundamental en la existencia de sociedades libres.
El tradicionalismo hispano, anti-estatista y descentralizador, recibió en su día los mayores elogios de Murray Rothbard, padre del anarcocapitalismo moderno, por su defensa de los fueros territoriales, pues allí donde existe el fuero el poder del Estado se ve fuertemente limitado. Haría falta meditar en Hispanoamérica sobre la opinión de Rothbard al respecto del foralismo español, doctrina que aquél consideraba la mayor contribución hispánica al pensamiento político.
El principio aristocrático es un libro del profesor Ángel López Amo (1917 – 1956), texto donde al autor defiende la existencia de una clase aristocrática como guardián del orden social frente al Estado, la supremacía de las comunidades locales por sobre el centralismo político y la libertad de cátedra frente al adoctrinamiento.
La razón por la cual López Amo defiende la clase aristocrática es muy simple: la aristocracia crea cultura y maneras que luego son imitadas por el resto de la gente, verbigracia, saludar con cortesía, comer con cubiertos, tratar de manera educada a las damas o respetar a los maestros. No es casualidad que la izquierda quiera destruir las buenas maneras y reemplazarlas por cuanta chabacanería existe, por ejemplo, marchar mostrando los senos o defecar frente a las catedrales.
Los humanos somos sociables por naturaleza, siempre buscamos amigos, pareja o maestros para aprender. Justamente, esas asociaciones voluntarias son las que permiten que mejoremos nuestro nivel de vida. En nuestras familias, barrios, centros de trabajo o clubes a los cuales pertenecemos recibimos afecto y reconocimiento. Es en esos ambientes que yo soy hijo, padre, amigo, vecino o profesor, pero frente al Estado no soy nada más que un número que tiene que cumplir órdenes y pagar impuestos. Ese es el motivo por el cual los tradicionalistas siempre vieron en los Estados un elemento deshumanizante, y en cierto sentido lo es.
La libertad de cátedra es consustancial a la libertad de pensamiento, si es el Estado quien educa suceden dos cosas: a) la familia pierde la patria potestad de los hijos; y b) se anula el pensamiento crítico, con lo cual se liquida la libertad. No es de extrañar que personajes como Adolfo Hitler, Joseph Stalin o Fidel Castro hayan secuestrado la educación con el objetivo de fabricarse ciudadanos a la medida de sus fantasías tiránicas.
A modo de terminar, la diferencia fundamental entre izquierda y derecha no radica entre nazismo y comunismo, de hecho, los nazis son solo una variante más dentro de la familia de la izquierda. La diferencia radica en la actitud frente al Estado, la izquierda lo ama, pero la derecha le teme.