La economía boliviana es como el vino con agua
La economía es otra de las ciencias que está secuestra por la izquierda. Por eso, viejos errores -que ya parecían superados- todavía se enseñan en las universidades. Y que no son otra cosa que un refaccionamiento de las concepciones mercantilistas. Veamos entonces en qué consisten.
El mercantilismo es la filosofía económica adoptada por los mercaderes y estadistas de los siglos 16 y 17. Los mercantilistas pensaban que una nación es rica en función de la cantidad de oro y plata disponible. En consecuencia, los líderes de aquéllas naciones intervenían fuertemente en el mercado. En palabras simples, el mercantilismo es la subordinación del comercio al Estado y del individuo al poder.
Los mercantilistas sostenían que era favorable exportar y desfavorable importar –las primeras deben ser subsidiadas y las segundas prohibidas-. Lamentablemente, ese error todavía se enseña en las facultades de economía de muchos países. Por eso, no resulta extraño que prácticamente todos los planes de gobierno de los políticos de Latinoamérica en general, y de Bolivia en particular, estén llenos de propuestas de ese tipo.
Pero la verdad es otra, la razón para exportar es tener la capacidad de importar. Sólo tiene que observar su comportamiento diario. Cuando usted sale a trabajar cada mañana, está vendiendo (exportando) sus habilidades laborales, para luego comprar (importar) los bienes y servicios producidos por otros. Por lógica, en una operación comercial ambas partes ganan, y no como sostienen los mercantilistas.
Otro de los legados penosos que nos han dejado los economistas de pizarrón, es la obsesión con el pleno empleo y los «derechos» laborales. Este tema, como muchos otros, se maneja con los sentimientos y no con la razón. Valiéndose de ese procedimiento, no es posible mejorar la vida de los trabajadores.
Equivocadamente, se suele denominar al trabajo como un derecho -como algo que puedo exigir, y que los empresarios y el Estado están obligados a otorgar-, pero la realidad es otra. El trabajo es una externalidad (una consecuencia no deseada) de una inversión que busca obtener beneficios. El dueño del capital tiene como único objetivo aumentar su rentabilidad. Para ello debe ofrecer bienes o servicios al mercado, pero para producirlos tiene que contar con trabajadores. Penosamente, los «expertos» economistas desconocen ese proceso (la mayoría jamás invirtió un peso en toda su vida), y recomiendan procesos que nos llenan de burocracias y agrandan el gasto fiscal.
Por lógica, crear empleos es fácil. Lo difícil es crear riqueza. Verbigracia, puedo llenar el país de oficinas improductivas, y ocasiones hasta peligrosas, como el INADI en Argentina (una especie de Gestapo del pensamiento) o los guerreros digitales de Bolivia.
Y para terminar, quiero explicar la errada concepción de «distribución de la riqueza» (uno de los recursos discursivos de Evo Morales y el gobierno del MAS).
Como vimos más arriba, la riqueza no es fija. Al contrario, siempre se puede incrementar. Por ende, la economía no es la ciencia de lo que está por venir (los fanáticos de la econometría la conciben de esa manera), sino de lo que se está por crear. Ergo, jamás se contará con la información necesaria, y de ahí la imposibilidad económica del socialismo y de la planificación central. Sin embargo, todos los socialistas sufren de la fatal arrogancia (la idea que ellos están por encima de toda la humanidad), y siempre pretenden dirigir vidas y haciendas ajenas.
En julio del 2014, el entonces gobierno de Evo Morales promulgó el Decreto Supremo 2055, que reglamenta las tasas de interés para créditos productivos en un rango del 6% al 11,5%. El eje central de ese decreto era «facilitar» el acceso al crédito, e impulsar la demanda agregada -dos conceptos muy comunes, pero errados, que manejan los economistas keynesianos-.
La tasa de interés es el precio más importante del mercado, porque muestra la relación consumo presente / consumo futuro, y además permite la coordinación intertemporal entre ahorristas e inversionistas.
Pero cuando los gobiernos establecen unas tasas de interés artificialmente bajas, muestran a los inversionistas que la economía cuenta con más ahorro del que realmente existe. Enviando la señal equivocada de que todo negocio puede ser emprendido (por muy riesgoso y alocado que sea) con una buena rentabilidad esperada. Sin embargo, ese crecimiento no será sostenido, porque al forzarse a producir bienes que no cuentan con el respaldo del ahorro correspondiente, muchos de esos no tendrán una demanda real en el mercado. En ese instante empiezan las liquidaciones y quiebras -la necesaria etapa del bust-.
En síntesis, expandir artificialmente la oferta monetaria es como mezclar un buen vino con agua. Inicialmente, usted tendrá «más» vino, pero el sabor será pésimo. Penosamente, ese fue el método que se usó para el crecimiento de la economía boliviana.
¿La salida? Pues no pasa por la unión de todos los frentes -con todos los postulantes socialistas, da igual quien gane-, sino por un cambio de sistema que libere los mercados, reduzca los gobiernos y profundice los derechos de propiedad. ¿Existe algún candidato que proponga algo parecido? Hasta el momento no.