La sociedad del reseteo
Pensadores conservadores como James Russell Lowell o Benjamin Disraeli, quien en vida tuvo una magnifica amistad con la reina Victoria, siempre desconfiaron de los políticos imprudentes. Para estos pensadores, tres son las características que describen a la perfección a los temerarios innovadores sociales.
Uno, el apasionamiento por la novedad. Dos, la fe ciega en unas supuestas virtudes intelectuales que poseen los «iluminados» de moda (en nuestro continente podríamos llamarlo: caudillismo). Y tres, el desprecio por el pasado, las tradiciones y el conocimiento de nuestros ancestros.
Pues, el COVID-19 sería el pretexto perfecto para que los políticos imprudentes de nuestra generación –pero ahora a una escala global- vuelvan a manipular a la humanidad como quien maneja una maqueta. Porque la pandemia nos puso en una situación límite en la que emerge la necesidad de diseñar un mundo nuevo.
Por supuesto, que semejante tarea no recae sobre nosotros -simples ciudadanos a quienes se nos pide que nos quedemos en casa-, sino a un grupo de burócratas internacionales, que de paso nadie eligió, como la: OMS o la ONU. Esos «iluminados» tienen que resetear todo lo viejo para construir una «nueva normalidad».
Obviamente, que ese nuevo mundo no puede tener nada del pasado, el reseteo es el gran instrumento de toda revolución. Por eso, es necesario acabar con cualquier resabio o nexo con las tradiciones -según el relato oficial, empezar de nuevo es parte de la «cura»-. Y esto se ve claramente, por ejemplo, en un spot de la UNESCO, cuya única finalidad es exaltar la «nueva normalidad» y, al mismo tiempo, condenar al mundo que teníamos hasta finales del 2019.
Y aunque la idea del reseteo se nos presente como novedosa. No es otra cosa que la continuidad de aquello que empezó con el «hombre nuevo» planteado por el Che Guevara, con la «deconstrucción» propuesta por el feminismo, y por el «matrimonio homosexual» enunciando revolucionario de todos los lobbies LGTBI. Obviamente, en aras de una sociedad verticalmente planificada –Olimpianismo lo llamaba el profesor Kenneth Minogue-. Tristemente, bajo la apariencia de benevolencia, muchos incautos están dispuestos a aceptar la «nueva normalidad», para tener un mundo «mejor» y más «seguro».
La «nueva normalidad» es el sistema de creencias típico de los humanistas seculares de hoy en día, pero tiene todos los rasgos de una religión -fusión de convicción política y superioridad moral-. Y al igual que otras religiones ofrece a sus fieles todo lo necesario para su salvación en cada aspecto de la vida -desde las inhumanas cuarentenas rígidas, hasta la vacuna obligatoria-.
Pero a diferencia, por ejemplo, del cristianismo (donde amar al prójimo es un mandato), la «nueva normalidad» promueve la atomización de nuestras relaciones sociales. Donde el otro es quien puede contagiarnos. Por eso, es mejor no acercase, no saludarlo, no tocarlo, e incluso, denunciarlo. Y no estamos ante un libreto de una película de ciencia ficción, sino delante de una realidad palpable. Verbigracia, el gobierno argentino recomendó tener sexo por internet.
¿Cuál es la salida?
Pues la misma de siempre, la familia. Que deberá salir de este acuartelamiento siendo más fuerte, más unida, con una mayor identidad y armonía. No pretendo mostrar un mundo color rosa y sin problemas, porque la enfermedad y los problemas seguirán ahí. Pero es necesario ante las dificultades, que se anuncian por venir, estemos preparados y que la unión familiar sea la mayor conquista para sobrellevar actuales y futuros tiempos de dolor.
No al reseteo, pero si a la restauración.