La hipocresía de los empáticos
En alemán existe la palabra Totschlagargumente. Vocablo que podría traducirse como recursos semánticos que buscan liquidar moralmente al oponente de un debate. Palabras como nazi, racista, xenófobo, islamófobo o misógino caben muy bien dentro esa definición. Pero también existen otras que hacen lo contrario. Es decir, «elevar» moralmente a quien las usa. Por ejemplo, asertividad, justicia social y, la más usada el último tiempo, empatía.
Sucede que en ambos casos reducimos el debate a una pugna de emociones baratas. Donde una parte pretende mostrarse como la portadora de toda bondad y las virtudes, y los otros vendrían a ser los malos.
Pues eso es lo que está sucediendo ahora en mi natal Cochabamba con el retorno a la cuarentena. Ya que tienes a todos los promotores de la empatía pidiendo que los choferes sufran todos los males posibles, porque estos, con justas razones, se oponen a los nuevos encierros -que está más que demostrado que no sirven para nada más que no sea empobrecernos-. Paradójicamente, muchos de estos «empáticos» se quejan del autoritarismo del Movimiento Al Socialismo. Pero piden a gritos que una parte de la población -que reclama poder trabajar de manera libre- sea perseguida con la mayor saña posible.
Si bien la pandemia del COVID 19 nos ha mostrado, y de una manera muy evidente, la hipocresía de los abanderados de la empatía, no podemos analizarla como un hecho aislado, sino como parte de una estrategia que pretende silenciar cualquier voz disidente. Su propósito es evadir el intercambio racional de ideas para, en lugar de ello, cosechar una aclamación pública, y convertir en verdad la mera opinión de una mayoría circunstancial.
Pero como a mí me gusta debatir y escribir en base a los datos, la lógica y la evidencia, voy a explicar las razones por las cuales «escoger» entre salud o economía no es más que una falacia de falso dilema.
Primero, apoyar los encierros forzosos guiados por el pánico se conoce como groupthink, sesgo cognitivo que lleva a un individuo a repetir las creencias del grupo para acomodarse a él. Pero sus efectos reales, según un estudio elaborado por la CEPAL, han sido 8,5 millones de desempleados y más de 2,7 millones de PYMES quebrabas. Adicionalmente, el confinamiento del 2020 tuvo un costo equivalente a 2,7 % del PIB regional que afecto a el 30 % en las grandes compañías y al 80 % en las microempresas. Es decir, que fueron los más pobres de la sociedad quienes peor la pasaron y quienes, paradójicamente, más pagaran por la recuperación.
Segundo, dado que la condición natural del hombre es la pobreza, por lógica, el trabajo es el único camino que tiene para mejorar sus condiciones de vida. Entonces, los encierros, al impedirnos trabajar, reducen la cantidad de producción y, contrariamente a lo que se pretendió, nos vuelven más frágiles a los problemas de salud. Por ejemplo, la CEPAL estima que el total de personas pobres ascendió a 209 millones a finales de 2020, 22 millones de personas más que el año anterior. Individuos que ahora tendrán más problemas para pagar costos de un dentista o un oculista. Por consiguiente, demandaran ese servicio al Estado y, de esa manera, colapsaran aún más el ya débil sistema de salud de la región (como lo podemos ver en Bolivia).
Tercero, como no existe nada gratis. Sin producción privada no es posible mantener la salud pública. Así es, los salarios de los médicos y el costo de mantenimiento de los hospitales públicos se financian con los impuestos que paga el sector privado. Por lo tanto, quebrantos en el sector privado significan, al mismo tiempo, déficit en el sector público, y ni hablar de las consecuencias de financiarlo con emisión monetaria.
Para terminar, el problema del COVID no se solucionará con más encierros, sino con desregular la importación de vacunas, con bajar los impuestos a las clínicas privadas, con reducir la burocracia a cualquiera que preste servicios ligados a la salud (oxigeno, medicamentes e insumos) y con terminar con el monopolio estatal para la administración de la salud. Si señores médicos, su área, pese a sus particularidades, no deja de responder a las universales reglas de la oferta y la demanda.