Latinoamérica atrapada por idiotas, malvados e imprudentes
En 1996, Álvaro Vargas, Carlos Alberto Montaner y Plinio Apuleyo Mendoza publicaron El manual del perfecto idiota latinoamericano. En el libro los autores usan la sátira para analizar la forma de pensar de los políticos latinoamericanos -en su mayoría atrapados en el victimismo y el socialismo-.
El idiota -como muy bien lo definen los autores- es incapaz de la autocrítica y el pensamiento analítico. Por ende, le resulta más fácil culpar de los males de nuestros países a fantasmas como el «bloqueo» sobre Cuba, el «neoliberalismo», el «colonialismo» o el «heteropatriarcado».
Si bien, ya pasó más de un cuarto de siglo de su publicación -además que mucha agua circuló por debajo del puente de la historia- el libro sigue vigente. Pues los dogmas que siguen los idiotas de la tercera década del siglo 21 son, con ligeros maquillajes, los mismos que siguieron sus progenitores y abuelos allá por los años 70, 80 y 90 de la centuria pasada.
Al igual que sus padres, el joven idiota mantiene intacto el mito del Che Guevara. Pero también apoya el feminismo, el ambientalismo, el indigenismo y todas las «reivindicaciones» del movimiento LGTBI -nunca va a aceptar que los revolucionarios cubanos mataron a miles de homosexuales en la Península de Guanahacabibes-.
Si analizamos con detenimiento, vemos que el joven idiota es sólo un producto de las universidades. Donde nuestro mancebo bebió de las aguas marxistas provistas por sus profesores. Por eso, no debería extrañarnos que sea un comprador de milagros incapaz de ver el divorcio entre la realidad y el discurso.
Pero el idiota latinoamericano no es el único de nuestros problemas. También debemos sumar a los malvados.
Pero ¿Cómo describimos a una persona malvada?
Una persona es malvada si su conducta causa daño a otra u otras sin obtener ella ganancia alguna, o peor aún, lastimándose a sí misma. Entonces, un malvado está dispuesto a joderse con tal de ver jodido a su vecino. Luego el odio que siente por el otro es mayor que su amor propio.
Penosamente, la llegada de Pedro Castillo a la presidencia de Perú o el triunfo de la izquierda en la asamblea constituyente de Chile son sucesos que nos muestran cuan dañinos pueden ser los malvados. Puesto que muchos, si no es la mayoría, de los que votan por la izquierda lo hacen sólo por ver perjudicados a los ricos de sus países.
Por ejemplo, en Twitter muchos de los seguidores de Castillo festejan su triunfo con frases como: «llegó la hora de tumbar a la oligarquía», «justicia social» o «acabar con la cultura burguesa del lucro». Esos mismos aforismos repetían Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales y, penosamente, fueron celebrados por un montón de idiotas, que luego tuvieron que migrar buscando libertad.
Por último, tenemos a los imprudentes.
En su libro: Alegre, pero no demasiado, el matemático Carlo M. Cipolla (1922-2000) muestra que los imprudentes son irracionales y carecen de una estructura de conocimientos, pero resultan influyentes.
Un imprudente buscará dialogar con personajes como Evo Morales -que volvió a amenazar a sus opositores-, o comprará sin el menor análisis todo el discurso progresista de moda (aborto, matrimonio gay, etc.). Ahí radica el mayor peligro de los imprudentes, ya que subestiman a los malvados y se asocian con los idiotas. Como vemos, el socialismo avanza en Latinoamérica por culpa de una enorme hueste de idiotas, conducidos por malvados que se apoyan en imprudentes.
¿Hay salida?
Si claro. Pero es necesario que aquellos que no somos ni idiotas ni malvados ni imprudentes empecemos a actuar.
Primero, debemos organizarnos bajo una estructura y división de trabajo (eso implica jerarquías).
Segundo, nos toca desenmascarar al socialismo, y tratarlo como lo que es: una de las mayores expresiones de crueldad.
Finalmente, es nuestro deber construir nuevas fuerzas políticas que promuevan el gobierno limitado, la propiedad privada, el libre mercado y la defensa de todas las instituciones que nos sostienen como sociedad: matrimonio, empresa y familia.