Carlos Mesa, el gran saboteador de la democracia boliviana
El 17 de octubre del 2003, luego de haber traicionado a Gonzalo Sánchez de Lozada, Carlos Mesa juraba como presidente de la Republica de Bolivia. Aunque Mesa definió que su gestión sería un «gobierno de ciudadanos». En el fondo, se trató de un cogobierno con Evo Morales.
Puesto que, desde el inicio de su gestión, Carlos Mesa buscó apaciguar a los radicales con espacios de poder y discursos contra el «neoliberalismo». También incorporó a Álvaro García Linera como «analista» en su canal televisivo -en realidad, García Linera empezaba a construir su imagen de intelectual y candidato-.
Al mismo tiempo que Mesa buscaba afianzar su alianza con los radicales y violentos, comenzaba la fabricación de un enemigo externo sobre el cual desviar la atención. De esa manera nació la política de la reivindicación marítima -la vieja confiable de todos los populistas bolivianos-. Además, Mesa manifestó que: «No exportaría ni una molécula de gas por Chile». Obviamente, esas incontinencias verbales causaron que se pierda el mercado de California.
No obstante, poner a Chile como el enemigo internacional no fue suficiente, sino que había que tener un rival interno. Para eso, nada mejor que atacar al empresariado cruceño. De ese modo Mesa quedaba bien con el ala violenta del Movimiento Al Socialismo y con las élites centralistas de La Paz -que siempre vieron con menosprecio a Santa Cruz-.
Pero, sin lugar a duda, el decreto de amnistía (27234) a los revoltosos de septiembre y octubre 2003 fue la norma más nefasta en la gestión de Mesa. Ya que impedía que fueran procesados legalmente todos aquellos que habían quebrantado el orden constitucional. Además, de habilitar la postulación de Morales en las elecciones del 2005.
Sin embargo, a pesar de todas esas concesiones, Evo Morales y su cúpula veían a Carlos Mesa como una especie de Aleksándr Fiódorovich Kérenski -una figura popular a cargo de un gobierno de transición, y a quien sería fácil de derrocar-. En Bolivia se estaba usando la vieja estrategia de dejar gobernar a los mencheviques, para que luego los bolcheviques tomen el poder con toda fuerza. Como siempre, nada nuevo bajo el sol, pero la falta de conocimiento de la historia hace que los pueblos caigan en las mismas trampas una y otra vez.
Una vez destituido, tres fueros sus labores:
Uno, halagar a Evo Morales y sus ministros. Dos, llenar sus bolsillos con dineros estatales. Especialmente, con la fracasada demanda marítima ante La Haya. Y tres, servir de «oposición» manipulable para, de esa manera, proteger los flancos que pueda tener el MAS.
Verbigracia, aceptar sin el menor reparó que el MAS -después de dos semanas de bloqueo y decenas de muertos por COVID- haya impuesto elecciones para el 18 de octubre del 2020. De hecho, Carlos Mesa consideró esa elección como una de las más importantes de la historia de Bolivia y un deber «ganarle» al MAS en las urnas. Pero Mesa no mencionó el padrón electoral con más o menos un millón y medio de engorde en áreas rurales controladas por el MAS -el número de votantes creció en 99,26% cuando la población sólo ha aumentado el 22,51% entre 2006 y 2019-.
Es evidente que las elecciones se realizaron basadas en la impunidad de los candidatos y la ilegal habilitación del Movimiento Al Socialismo. Adicionalmente, de manera inexplicable, los candidatos de oposición no tuvieron delegados en todas las mesas de votación, hay innumerables denuncias de diversas modalidades de fraude fáctico, de voto comunitario y de incremento no justificado de votantes. Pero nada se escuchó por el estruendo de la proclama del triunfo de Luis Arce -cuando no se había computado ni el 10% del voto-.
Una vez el MAS se reinstaló en el poder, si es que alguna vez se fue, tuvo en Comunidad Ciudadana (la agrupación política que postuló a Mesa) su principal aliado. Puesto que, con salvadas excepciones, los parlamentarios de esa fuerza política sirvieron de tontos útiles al masismo. Por ejemplo, la diputada Samantha Nogales calificó de gran avance que el Estado boliviano haya reconocido la «unión libre» de dos homosexuales. Pero hasta ahora, la parlamentaria no se manifestó respecto a los efectos negativos del impuesto a las grandes fortunas, o a la caída estrepitosa de las Reservas Internacionales.
Es obvio que Bolivia necesita unidad y una nueva fuerza política. Pero no en torno a Carlos Mesa -que sólo es el gran corruptor de la democracia boliviana-, sino alrededor de un proyecto político que promueva el libre mercado, el respeto a la propiedad privada y el gobierno limitado. Capitalismo si, porque socialismo ya tenemos bastante.