El tipo de cambio fijo en Bolivia, un éxito no deseado del gobierno de Evo Morales
Bolivia se encuentra en plena etapa electoral, aunque los medios de comunicación y los políticos nos pretenden mostrar una polarización extrema, aquello no deja de ser una falsa pelea. En realidad, todos los partidos son, en cierta medida, socialistas y defensores de una mayor intervención estatal en la sociedad, la familia y la economía.
Penosamente, las dos fuerzas políticas que van detrás del oficialismo tienen una pésima lectura de la gestión económica del gobierno de Evo Morales -los aciertos los ven como errores, y los errores como aciertos-. Sesgo que los lleva a criticar el tipo de cambio de fijo vigente en Bolivia desde el 2006.
Ya se que mi defensa del tipo de cambio fijo puede llevar a confusiones, por eso me veo en la obligación de aclarar dos cosas. Primero, soy un defensor del libre mercado. Y segundo, creo que el gobierno de Bolivia tiene grandes errores en economía, pero el tipo de cambio fijo es un acierto indirecto. Dicho lo anterior, voy a explicar mi postura.
Los defensores de la devaluación suelen argumentar, que ésta es buena porque frena la importación, y fomenta la exportación. Es idea no es más que la vieja falacia de considerar el comercio exterior como un juego de suma cero. Juego donde las exportaciones suman y las importaciones restan. En realidad, el objetivo de exportar es la importación. Mientras menos exportemos y más importemos dispondremos de mayores mercancías a menores costos.
Elevar la competitividad de la economía local es otro de los alegatos usados por los economistas promotores del tipo de cambio flexible, pero la devaluación no resuelve el problema de falta de competitividad simplemente lo traslada al total de la población. Como siempre, los “empresarios” quieren que sean los más pobres quienes financien sus pérdidas. Para mejorar la competitividad se necesitan reducir el gasto fiscal, privatizar empresas y permitir operar el capitalismo, pero no devaluar.
La verdadera intención detrás de una devaluación es incrementar la base monetaria para inflar los indicadores económicos. Pero los resultados solo sirven en el corto plazo. Una vez que los precios se ajustan al dólar la situación es peor que al principio, el viejo libreto de pan hoy y hambre mañana.
La devaluación solo favorece a los dueños de las empresas exportadoras, pero no al sector exportador -por favor no son lo mismo-, dificulta el ahorro para las familias que tienen ingresos fijos y complica la vejez de aquellos cuyo único activo es el dinero en sus manos. Si usted acudiera a su banco a retirar dinero, y el cajero le diría: “lo siento, pero hoy le entregaremos un tercio del total depositado” ¿No estaría usted frente a un robo? ¿No exigiría usted que se le devuelva el monto total? ¿No sentiría que el banco le complico su futuro financiero? Pues bien, básicamente eso es lo que sucede con las devaluaciones. Si señores, mi oposición a las devaluaciones es por la misma razón porque me opongo a la inflación: es un robo donde los ladrones son los sectores conectados con el poder y las victimas las familias más pobres.
No hay nada más respetuoso con la propiedad privada, la estabilidad económica y el ahorro que el tipo de cambio fijo.
Desde la escuela neoclásica, la ciencia económica quedó separada de la ética y el derecho. Pero es en ese campo que se debería debatir políticas como la manipulación de las tasas de interés o las devaluaciones cambiarias. Penosamente, la mayoría de los economistas sufren el síndrome del ingeniero social, eso que Hayek describió muy bien en su libro La fatal arrogancia.
Para terminar, voy a dejar algunas recomendaciones para un hipotético nuevo gobierno. Primero, recortar el gasto público a la mitad. Segundo, reducir impuestos y anular las multas tributarias. Tercero, flexibilizar el mercado laboral -es una locura tener catorce sueldos-. Cuarto, terminar con la absurda regularización de la tasa de interés. Y quinto, permitir la entrada de inversión extranjera en todos los sectores.