La tiranía de la tolerancia
En la mordaz obra de Allan Bloom, El cierre de la mente americana, el autor señala una observación contundente con respecto a los estudiantes que pasaron por sus aulas:
Hay una cosa que el profesor puede considerar como absolutamente cierta: casi todo estudiante que egresa de la universidad cree, o dice que cree, que la verdad es relativa. La relatividad de la verdad no es una perspectiva teórica, sino un postulado moral (Bloom, 2010, pág. 25)
Si bien el análisis de Bloom se aplica a la educación norteamericana, el mismo se puede extrapolar a las aulas de las universidades de Hispanoamérica. Porque tristemente, nuestras naciones copian lo peor de EEUU, pero desprecian lo mejor.
Normalmente, fue después de haber pasado por la universidad que uno se convierte en relativista. Antes de los años universitarios la mayoría de los jóvenes se muestran indiferentes, o simplemente viven su etapa de diversión y desenfreno. Pero una vez dentro de las aulas, especialmente las de ciencias sociales, el estudiante es sometido al adoctrinamiento relativista -un sancocho compuesto de nihilismo, hedonismo, ecologismo y secularismo-, que sólo sirve para fabricar adultos manipulables.
No es de sorprenderse que las conversaciones con un relativista terminen en la nada. ¿Cómo y con cuánta exactitud es que una persona defiende el relativismo en términos absolutos? Digo que no es de sorprenderse, porque toda defensa necesita una plataforma sobre la cual levantarse, y todo estándar necesita un punto de partida autoritativo a partir del cual argumentar. Los relativistas no son capaces de invocar a la verdad en su defensa -hacerlo mataría su punto de partida-.
Pero como a los relativistas la verdad no les interesa, sino avanzar en una agenda. Tuvieron que crearse un postulado moral para hacerlo, y ese fue la tolerancia.
Ha habido ideas en la historia cuyo éxito descansaba en la oscuridad y la abstracción de su expresión, y no en la contribución al mejoramiento intelectual. Al ocultar el carácter absurdo de sus vacuidades, daban la apariencia de una verdadera erudición. El relativismo -hoy convertido en la tiranía de tolerancia- es buen ejemplo. Tales filosofías son tan vagamente articuladas, que cualquier charlatán las toma.
Si tuviéramos que describir a la tiranía de la tolerancia, lo podríamos hacer en los siguientes términos: «un vórtice intelectual donde todas las modas pasadas, fracasos intelectuales y mentiras políticas encuentran su coexistencia».
Aunque es una incoherencia total, se ha posicionado en el mundo de dos maneras.
Primero, colocándose a sí misma más allá de cualquier crítica, e incorporando todos los sentimentalismos y contradicciones. Por ejemplo, los más fervientes defensores de la comunidad LGTB son, al mismo tiempo, críticos con las restricciones migratorias a musulmanes -quienes consideran que la muerte es el castigo justo a la homosexualidad. Y segundo, absorbiendo todas las distinciones. Así, el relativismo ha hecho que todos -el ateo, el libertario, el comunista, el evangélico promedio, el darwinista y el creacionista- piensen casi en los mismos términos.
Para citar un par de casos, cuando Evo Morales dijo: «Las mujeres me deben mucho; no sé la manera en que me pagaran». Ninguna agrupación feminista se manifestó, no hubo marchas con las tetas al aire, tampoco se pintaron paredes de las instituciones públicas. El pretexto fue: «Esas expresiones son parte de su cultura indígena, no podemos caer en la intolerancia». Pero esos mismos grupos no paraban de gritar «machista» y «homofóbico» a Jair Bolsonaro. O como los grupos ambientalistas callaron la quema descomunal de La Chiquitana ordenada por Morales en agosto 2019.
En resumen, la tolerancia es el camino para que la mentira se imponga, el mal triunfe y la ignorancia gobierne. Y como en Latinoamérica nos pasamos de tolerantes con la izquierda, tenemos a Cuba sumida en la miseria, a Venezuela en su peor crisis humanitaria y a Chile bajo el ataque de tropas de salvajes.