Teoría crítica, racismo con sabor marxista
Los primeros meses de la cuarentena las redes sociales se llenaron de clases de cocina, consejos para el entrenamiento en casa y memes graciosos. Pero luego de la muerte de George Floyd todos se volvieron «expertos» en historia estadounidense -claro que sus únicas fuentes de información eran series de NETFLIX como Quien mató a Malcom X– y luchadores contra el «racismo sistémico» y los «privilegios de los blancos» (alguno que otro aprovechó la coyuntura para defender a Evo Morales y criticar al patriarcado).
Aunque la mayoría de estos «luchadores sociales» no pasaban de ser seguidores de modas, lo que realmente sorprende es la manera en que la izquierda instauró su agenda en el vox populi.
Esas frases del «racismo sistémico» y «privilegios blancos» no son otra cosa que la puesta en práctica de la Teoría critica de la Escuela de Fráncfort (New left la llaman algunos pensadores). Un cuento carente de todo sentido, al igual que todo lo que deriva del marxismo, pero que sirvió, todavía sirve, para reciclar a grupos socialistas -ahora disfrazados de feministas, ambientalistas y el peligroso #blacklivesmatter- y acabar con la igualdad ante la ley, uno de los pilares que sostiene a occidente.
Entonces, como la sociedad se divide en «opresores» y «oprimidos», es hora de terminar con esas injusticias, y para eso nada mejor que un Estado enorme y poderoso que libere a los pobres y marginados de las garras de los malvados tiranos -que en este caso son las personas heterosexuales, blancas, cristianas, conservadoras y exitosas-.
La consecuencia directa de ese tipo de ideas es la aparición de grupos que pueden ser todo lo racistas y discriminadores que quieran, por ejemplo, los negros, los indígenas y los militantes LGTB -en éste último son comunes los clubes exclusivos para su comunidad, pero se escandalizan si alguien no los deja ingresar a una pastelería o a un bar-.
Grupos que además son incapaces de aceptar la mínima crítica -característica que refleja la naturaleza autoritaria de la izquierda-, además de destrozar socialmente, físicamente en algunos casos, a quien cuestione sus ideas.
Lamentablemente, esos postulados teóricos son las enseñanzas básicas en las universidades desde los 60s -especialmente en áreas como Sociología, Derecho, Economía o Periodismo- y en las escuelas primarias y secundarias desde los 80s.
Pero ¿cuáles fueron los resultados de haber permitido que la izquierda educara a nuestros hijos?
Según un sondeo realizado por Gallup en el 2018, solo un 45 % de los estadounidenses de entre 18 y 29 años de edad está a favor del capitalismo y un 51% apoya el socialismo. Además, el estudio GenForward, realizado por científicos de la Universidad de Chicago, reveló que de los cuatro grandes grupos raciales, solo los blancos eligen mayoritariamente (un 54%) el sistema económico de libre mercado, mientras que los ciudadanos de origen africano, asiático y latino simpatizan predominantemente con el socialismo.
Por otro lado, los Socialistas Democráticos de América (DSA, por sus siglas en inglés), organización política procedente del viejo Partido Socialista de América, que el 2016 apoyó firmemente a Hillary Clinton y a otros políticos del partido Demócrata, lograron aumentar en dos años el número de sus miembros desde 6.000 hasta 56.000 afiliados.
¿Y en el tercer mundo como quedamos?
Acá se juntaron -especialmente después del Foro de Sao Paulo del año 90- la izquierda de vieja guardia, encabezada por Fidel Castro y las FARC, con todos los planteamientos de la New left, liderada por Ernesto Laclau y Álvaro García Linera. De esa mezcla surgió eso que llamamos Socialismo del Siglo 21.
Y aunque sus principelas ideólogos proclaman ser un movimiento «autóctono», «indigenista», «nacionalista» e «inclusivo» no deja de ser una copia, con algunos toques sudamericanos, de la Escuela de Fráncfort. Verbigracia, los movimientos indigenistas siguen culpando a los blancos europeos del atraso de nuestras naciones y reduciendo a los mestizos -como en el caso de la Bolivia de Evo Morales– a ciudadanos de segunda. Por eso, es más que evidente que no existe ningún grupo más racista que los surgidos en el seno marxista.