Bolivia: entre la ineptitud opositora, los carnavales y la crisis económica
Cuando Luis Arce Catacora tomó el poder en noviembre del 2020, anunció un plan de acción para enfrentar la pandemia y retomar el camino del supuesto «milagro económico». Pero hasta la fecha no se ven acciones claras por parte del gobierno para enfrentar el COVID19 -incluso nos pidió aguantarnos- y el programa económico es sólo una continuidad de los errores que se cometieron entre el 2006 y el 2019.
Pero antes de continuar es necesario aclarar algo.
El milagro económico boliviano no era nada más que la suma de tres burbujas. Como magistralmente lo describe el economista Mauricio Ríos García.
La primera burbuja inicia cuando el Estado boliviano se apropia de los hidrocarburos y toda su cadena productiva. Para luego gozar de los ingresos que generaba su exportación a precios inéditamente altos. Fenómeno que se originó en la irresponsable manera en que la Reserva Federal (FED) de los EEUU redujo las tasas de interés, además de otras medidas llevadas a cabo por el gobierno federal.
La FED creó una ilusión de riqueza y abundancia. Entonces el mundo se aventuró a proyectos ambiciosos y poco reales que cotizaban en la divisa internacional de reserva por antonomasia: el dólar estadounidense.
La segunda burbuja arrancó con la promulgación de la Ley 393 de Servicios Financieros (21 de agosto del 2013), cuyo objetivo central es regular la actividad de las entidades financieras (un simple matonaje que permitió usar el crédito como carnada electoral).
¿Cuáles fueron las consecuencias?
El crédito creció a un ritmo del 25%. Los nuevos dineros se trasladaron a vehículos cero kilómetros, departamentos y, en muchos casos, a emprendimientos cuyo único cliente era algún grupo que gozaba de favores políticos. Y a eso le llamaron crecimiento. Pero nadie se preguntó si ese crecimiento era sostenido, o solo se trataba de un estímulo artificial que podía reventar en cualquier momento.
Lo anterior da lugar a la tercera burbuja. Pues los empresarios, al creer que en la economía exista mayor ahorro disponible, emprendieron inversiones que antes no parecían rentables y, en no pocos casos, lo hicieron en sociedad con el Estado, por ejemplo, los juegos deportivos ODESUR de 2018 (cuyo único «éxito» fue llenar Cochabamba de elefantes blancos). Penosamente, muchos de esos proyectos nunca tuvieron una demanda real en el mercado. Por ende, no son rentables y sólo significaron una mala asignación de capitales.
Y al parecer, el «nuevo» plan consiste no en buscar soluciones reales a la débil economía boliviana, sino en arreglar los problemas de gasto del Estado. Pues, el gobierno que había prometido austeridad, ha incrementado el gasto en 12% respecto del Presupuesto General del Estado elaborado por el gobierno de Jeanine Áñez para, entre otras cosas, el rescate de la empresa Quipus (cuya viabilidad es altamente cuestionable).
Por otro lado, el Impuesto a las Grandes Fortunas -una política sustentada en el resentimiento a la riqueza ajena- está minando la poca institucionalidad que quedaba en el país. Además, de fomentar el trato desigual ante la ley -algo paradójico en un gobierno que presume de ser inclusivo y antidiscriminatorio-.
Ahora bien, si un mal gobierno es un problema, tener una oposición inepta es una tragedia. Por ejemplo, Carlos Mesa y su bancada guardaron un silencio sepulcral respecto a la gestión de la pandemia, los nuevos impuestos y el crecimiento de la deuda externa nacional. Pero varios diputados de su partido, en una muestra de oportunismo político, festejaron el avance de la agenda LGTB en el país.
Por su parte, Luis Fernando Camacho, quien pudo ser el refrescamiento a la política boliviana, acabó atrapado en el viejo caudillismo y reducido a un liderazgo local en Santa Cruz (incluso ahí la tiene complicada).
No soy alguien que disfrute del carnaval, pero debemos admitir algo: las comparsas carnavaleras son más organizadas que la oposición boliviana.
Con todo esto, creo que es hora de quitarles nuestra confianza a los viejos políticos, y empezar a construir una nueva alternativa que entienda que la familia es el pilar de la sociedad, que el mejor gobierno es el que menos gobierna, que respete la propiedad privada y que garantice la libre iniciativa empresarial. Sin otros políticos, jamás tendremos otro país.