Ni el #vacunagates ni el #vacunasvip deberían sorprendernos
En días pasados Argentina y Perú protagonizaron una de las ya clásicas barahúndas políticas que caracteriza a nuestra región.
Primero, en Argentina Ginés Gonzalez Garcia (ex ministro de salud) se reservó 3.000 dosis de la vacuna rusa Sputnik V para su uso discrecional -además de tener un vacunatorio VIP en su despacho-. Acción que también benefició a Horacio Verbitsky, quien destapó el asunto con una declaración radiofónica: «Ayer me vacuné», y otras 70 personas (el presidente Alberto Fernandez incluido).
Y segundo, en Perú Pilar Mazzetti, quien dirigió la lucha contra el COVID-19 durante la mayor parte de la pandemia, perdió su puesto por facilitar la vacunación de 487 personalidades de la administración pública (la canciller Elizabeth Astete y el expresidente Martín Vizcarra, entre ellos).
Pero ni el #vacunasvip argentino ni el #vacunasgate peruano son los mayores escándalos en la región. Pues son sólo síntomas de una infección mayor llamada: socialismo. Y esta plaga ya lleva varias décadas destrozando nuestras naciones.
Empezaron «nacionalizando», estatizando en realidad, las más prósperas industrias nacionales del siglo 20. Por ejemplo, el estaño en Bolivia, la pesca en Perú o el azúcar en Cuba.
Luego vinieron los déficits fiscales y la consecuente inflación. Aunque, en honor a la verdad, debemos reconocer algunos atisbos de decencia como el Plan Eder de 1956 o el 21060 de 1985 en Bolivia y el tipo de cambio fijo en la Argentina de Carlos Menem
Para estas alturas del siglo XXI, el socialismo ya entró de lleno y a mansalva en todos los frentes de la economía productiva con un asfixiante reglamentarismo para las empresas no estatales y enormes presupuestos para cubrir sus locuras.
Y esas son las causas para la criminalidad desbordada, la corrupción judicial, la falta de obras públicas, los impuestos excesivos, los reglamentos absurdos, la desinversión privada con inactividad económica generalizada, las ciudades capitales sobrepobladas, los éxodos de empresas, la fuga de cerebros, la migración de la mano de obra y, obviamente, el desempleo.
Entonces, como las oportunidades laborales son escasas, los Estados ofrecen salud y educación «gratuitas». Pero esas aparentes conquistas sociales vienen con unos agravantes: lo que las escuelas públicas ofrecen no es educación, sino adoctrinamiento en el colectivismo y la salud estatal es un foco de corrupción y un instrumento de dominio a la población.
¿Cuál es el remedio contra todos estos males?
Fácil, el libre mercado, la propiedad privada y un Estado que intervenga lo menos posible en la economía.
Pero para eso se necesita un nuevo proyecto político que reúna a los capitalistas informales -hoy perseguidos por el sistema- a las familias conservadoras, a los liberales que no tengan repulsión por la política y a los nacionalistas que entienden el peligro del globalismo. En síntesis, la necesaria unión entre lo popular y lo capitalista.
Porque mientras no se genere un proyecto político de este tipo, la izquierda va a seguir ganando elecciones, adoctrinando a nuestros hijos y destruyendo nuestra naciones.