Más misericordia menos ideologías
El 21 de febrero pasado, se llevó a cabo el debate entre Agustin Laje y Gloria Alvarez. Como era de esperarse, Laje fue con un argumento y Alvarez con varias estrategias distractivas -entre ellas, tratar a su contertulio de homofóbico y censurador de las felaciones-.
En honor a la verdad, no me sorprende la actitud de Gloria Alvarez. Pues, al ser prisionera de una ideología, no está interesada en conocer la verdad, sino en defender la etiqueta de libertaria. Y es que como decía la filósofa Hannah Arendt:
La ideología se identifica por el hecho de tomarse atributos mesiánicos, volviéndose una autoridad moral con falsas promesas y con la pretensión de «enseñarnos» qué es el bien y qué es el mal. Las ideologías, cuando surgen, buscan borrar las huellas del sentido común, borrar cualquier intento de ponerse en el lugar de otro, busca quitarnos el derecho a la libertad de pensar por sí mismo, actuando con frialdad mediante la manipulación de las masas, del sospechosismo, de las amenazas, de la obediencia ciega, potenciando el resentimiento mediante discursos moralizantes.
Además, las ideologías poseen unos dogmas que nadie puede cuestionar sin ser tratado de hereje. De hecho, las disputas entre las sectas libertarias tienen su origen en la supuesta pureza de unas y las herejías de otras.
Eso las lleva a defender cosas tan aberrantes como el aborto no con bases en las ciencias biologicas y medicas, sino en base a su enciclopedia libertaria -nota aparte: muchos libertarios son abiertamente ateos y se burlan de los cristianos, pero usan su enciclopedia como palabra revelada-. Por eso, no hay diferencia sustancial entre una feminista o un pesandor libertario progresista (liberprogre, en términos socarrones).
Pero más alla de eso, algo que me llamó la atención, fue el ataque masivo a Gloria Alvarez de parte de muchos militantes de la causa provida, acción que hablan muy mal de los grupos conservadores -si, nos hicieron quedar pésimo-.
Por eso, y movido por una bonita reflexión que recibí de Mamela Fiallo, creo que debemos recordar algunos principios conservadores, magistralmente resumidos por Barbara J. Elliott.
Primero, debido a que el hombre es falible por naturaleza, el conservador busca limitar el daño que pueden hacer la concentración de poder y las ideologías. Especialmente, porque un idealista no concibe la sociedad como una realidad dada, sino como algo que puede construir a partir de su propia racionalidad. Y en ese proceso no dudará en quitarle la condición de humano a quien piense que estorba su proyecto (en algún caso serán los ricos, en otro los blancos o en otro los fetos).
Segundo, el conservador fomenta la plenitud del potencial humano, protegiendo la libertad y la dignidad de cada persona. Reconociendo que la responsabilidad viene con la libertad. Los derechos y deberes siempre están vinculados. Por eso, también creemos en la posibilidad de la redención de los errores.
Tercero, valoramos la subsidiariedad porque sabemos que muchas de las mejores soluciones a los problemas humanos se encuentran en el nivel más cercano a la persona individual. Fomentamos el cuidado personal y local de las personas necesitadas, preferiblemente cara a cara con alguien cuyo nombre conocemos. Creemos que la transformación humana ocurre mejor en el contexto de una relación personal y amorosa.
Así es, consideramos que el amor al prójimo es vital para ayudarlo a salir de un problema o un error. Y no es un asunto de soberbia. Es más bien la humildad más grande, porque en el proceso de ayudar al otro, también nos reconocemos como sujetos falibles.
Finalmente, reconocemos que existe la verdad, y que es nuestro deber buscarla y vivirla a lo largo de nuestra existencia. Estamos convencidos que las virtudes de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza deben practicarse tanto en la vida privada como en la pública (aunque sea difícil).
Ya lo dijo el fallecido Roger Scruton (el filósofo conservador más importante del último tiempo): «Una sociedad necesita el sentido de lo sagrado». Y creo, humildemente, que practicar la misericordia por sobre las ideologías es una forma de empezar a recuperar esa conexión con lo sacro.