Cazadores de privilegios contra el libre mercado
Se acusa que el libre mercado favorece a los más ricos de la sociedad –por ende, perjudicar a los más pobres- y que fomenta la formación de monopolios, pero nada más alejado de la verdad que esa inculpación.
El mercado es una institución natural que coordina miles de arreglos contractuales entre los participantes. Como bien han descrito pensadores de la talla de John Stossel, para que un kilogramo de carne llegue a su mesa son necesarios miles de procesos que son guiados a través de los precios. La carne está en la góndola gracias a los agrimensores, las empresas inmobiliarias, los alambrados, los peones que recorren el campo a caballo, los criadores de caballos, los productores de monturas y riendas, los fertilizantes y plaguicidas, los tractores, las cosechadoras, los frigoríficos y un largo etcétera. En cada momento de todo este proceso, cada uno de los participantes está usando sus particularísimos conocimientos sin prestar atención al trozo de carne ni al supermercado. A ese proceso Adam Smith lo llamo la mano invisible y Friedrich Von Hayek lo bautizo como el orden espontaneo.
De la misma manera como defiende el libre mercado, Adam Smith pidió a los legisladores que no antepongan los intereses de ricos monopolistas al bienestar público. Cada vez que los empresarios proponen una nueva ley, Smith recomienda que el gobierno estudie la propuesta «no solo de la manera más escrupulosa, sino con suma sospecha».
Las ayudas estatales para los ricos de las que se queja Smith en La riqueza de las naciones nunca han desaparecido por completo en ninguna parte del mundo, de hecho se han incrementado. Solo observe como en los últimos 30 años los subsidios son cada vez mayores para empresas farmacéuticas, ventajas fiscales para empresas amigas del poder de turno y las políticas de expansión monetaria, el helicóptero del dinero, que inyecta liquidez a grupos conectado con el poder, mientras que los pobres ven corroerse el poder adquisitivo de sus ingresos. Pero nada de eso es capitalismo, sino un sistema conocido como mercantilismo, en términos académicos, y de cazadores de privilegios, en un lenguaje más coloquial.
Por lo que, cuando el profesor Jesús Huerta de Soto, en su libro Dinero, banca y ciclos económicos, afirma que: «Las crisis económicas son el resultado de no respetar la ética» tiene mucha razón. Y es que las ciencias deontológicas, jurídicas y económicas son un trípode inseparable. Tristemente, desconocer ese principio es la causa central de la pobreza y el desorden en toda Hispanoamérica en general y en Bolivia en particular.
Por eso, El plan de reactivación económica agroindustrial propuesto por la presidente Jeanine Añez es la continuidad de la misma vieja política de la prebenda -ya que serán los empresarios de la CAINO serán quienes reciban el monopolio-, de la dilapidación de capital -porque al ser proyectos que responden al capricho político y no a un demanda real en el mercado son insostenibles- y de la repetición del error keynesiano de poner la creación de empleos como objetivo central de la economía.
Por su parte, Carlos Mesa y Luis Arce tampoco ofrecen nada diferente. De hecho, sus planes económicos parte del mismo mal diagnostico (falta de inversión pública) y proponen las mismas erradas soluciones (inyectar liquidez y un Estado gastador para blindar la economía nacional y proteger a los sectores «estratégicos»).
Por ello, es importante recordar que no es el Estado quien define cuales son los sectores «estratégicos», de hecho, en la economía no existe tal diferencia, sino que es el mercado quien debe premiar con ganancias a quienes produzca bienes con calidad y castigar a quienes hagan lo contrario. De ahí, que los planes de gobierno que ponen al Estado como agente central de la economía están destinados, siempre y en todo lado, al fracaso -aunque siempre habrán grupos que saquen réditos de tamaña inmoralidad-.
Finalmente, recuerde algo, la economía, la salud y la educación son temas muy importantes como para dejarlos en las manos del Estado. Por eso, tomando en cuenta el consejo del genial Adam Smith, cuando un político le ofrezca cosas gratis sospeche, y mucho.