La cultura de la cancelación, una guerra contra la vida
En 1992, Francis Fukuyama publicaba su ensayo El fin de la historia y el último hombre. Las tesis centrales del trabajo son el triunfo final del capitalismo y las democracias liberales.
Pero esa interpretación de la historia no era compartida por los socialistas. Ya que en 1990 -y con Fidel Castro y Lula Da Silva como cabecillas- la izquierda latinoamericana fundaba el Foro de Sao Paulo y arremetía contra las frágiles democracias de la región. Ergo, los socialistas comprendieron que los acontecimientos de la historia no suceden porque exista un destino predeterminado, sino que tienen que ser preparados, la gimnasia revolucionaria dirían los soviéticos.
Por otro lado, con una envidiable visión estratégica, se adueñaron de la política, de las armas, del dinero y de la opinión pública (los cuatro pilares que sostienen el poder).
Pues desde el gobierno se ejerce el poder político. Con el dinero se compran conciencias. Controlando las fuerzas armadas se someten a naciones enteras. Finalmente, monopolizando la opinión pública tienes controlada a las masas.
Admitámoslo, la izquierda fue muy eficiente para construir eso que varios autores llaman: cultura de la cancelación. Que no es nada más que la imposición de todos los dogmas progresistas en cada aspecto del orden social. Por ejemplo, el ambientalismo, el animalismo, el feminismo, el aborto y la agenda LGTB. Veamos cada uno de ellos.
Teóricos ambientalistas como Matthew Fox, Cristopher Manes y Al Gore acusan a la sociedad occidental de antropocentrismo y de perturbar el equilibrio ambiental. Para estos fanáticos de la madre tierra los avances en medicina, ingeniería, tecnologías y agroindustria son solo expresiones de una maldad infinita y de una humanidad enferma.
Posiblemente, Maurice Strong fue el ambientalista más peligroso por su capacidad de influencia en la ONU – fue el precursor del PNUMA–, su largo historial comunista y su enorme fortuna destinada a la propagación del socialismo verde. En realidad, la persistencia misionera de Strong para difundir durante décadas su mensaje medioambiental de muerte y destrucción se explica mejor como un celo casi religioso para preparar el camino hacia el Nuevo Orden Mundial, al que dicha fatalidad medioambiental supuestamente dará lugar.
Pistas adicionales sobre las creencias místicas y de la Nueva Era de Strong proceden de lo que él mismo consideraba su mayor logro: la Carta de la Tierra.
Esta Carta surgió del Instituto del Consejo de la Tierra, que Strong fundó en 1992 con la ayuda de Mikhail Gorbachov, David Rockefeller, Al Gore, Shimon Peres, y otros varios de sus amigos globalistas.
La página web del propio Strong ha descrito la Carta de la Tierra como: una ampliamente reconocida declaración de consenso global sobre la ética y valores para un futuro sostenible. Además, el mismo Strong ha enmarcado el documento en términos religiosos, diciendo que espera que sea como unos nuevos Diez Mandamientos.
Y como todos los mandamientos tienen un carácter punitivo, no cumplirlos implica merecer el castigo. Por ejemplo, la censura y el ostracismo que sufren todos aquellos que no aceptan los dogmas de los ecohistericos.
Ligado al ambientalismo tenemos el animalismo. Aunque se nos presente el animalismo como un amor por los animales, no deja de ser otro disfraz para la misantropía. Puesto que los animalistas no se limitan, como muchos creen, a defender a los caballos, perros, gatos, vacas y distintas especies de simios. Tampoco incluyen solamente a ballenas, delfines, leones y elefantes. Un verdadero animalista sostiene que todo animal no-humano (siendo esta denominación bastante común en la corriente) debe ser, ante cualquier circunstancia, respetada en tanto ser vivo, incluso más que la vida de los humanos. Es decir, que si usted tiene una invasión de ratas en su domicilio no puede exterminarlas, incluso si eso atenta contra su vida.
Por su parte, el feminismo -que ahora también dice representar a las hembras de todas las especies- no deja de ser otra cara de la izquierda. Por ejemplo, las agrupaciones argentinas de La revuelta y Pan y rosas repiten las viejas consignas socialistas de Aleksandra Mijaylovna Kollontay -autora del libro El comunismo y la familia-, Silvia Federaci -la inventora de la falacias de la brecha salarial y el patriarcado del salario- y de Judith Butler -en cuyo libro El género en disputa presenta el concepto de la deconstrucción de la sexualidad-. Como se puede observar, las metas finales del feminismo son destruir a la familia, acabar con el capitalismo -el único sistema capaz de generar riqueza- y estatizar todos los aspectos de la vida humana -incluido la crianza de los hijos-.
Apegado al ambientalismo, al animalismo y al feminismo aparece el aborto. Que hábilmente se lo mercadeo como el «derecho» de la mujer a decidir sobre su cuerpo. Pero que no deja de ser un homicidio en vientre materno y un método de eugenesia racial. De hecho, el presidente norteamericano Joe Biden promete promover el aborto desde su gobierno como medida para frenar la pobreza en hispanoamerica. Note la maldad, en lugar de impulsar reformas económicas a favor del libre mercado, que pondrían a nuestras naciones en la lista de las potencias desarrolladas, nos ofrecen matar a los pobres antes de que nazcan.
Finalmente, ¿Por qué un grupo que había sido asesinado por la vieja izquierda –en China, Cuba y la URSS los homosexuales eran considerados lacras sociales– pasaron a ser los abanderados de las agrupaciones socialistas?
Porque, ante los fracasos económicos de la URSS, la miseria en Cuba y la caída del Muro de Berlín, la izquierda necesitaba nuevos sujetos revolucionarios y renovadas grietas sociales –que ya no serían económicas, sino raciales, culturales, ambientales y sexuales– para construir su discurso político. Y así llegamos a la tiranía de las víctimas, en la que el sujeto construido como víctima oculta tras la victimización su pretensión de dominación.
Ahora bien, como las tiranías no aceptan disidencias, pues al igual que los pobres que no militan en la izquierda son acusados de alienación cultural, o de falta de sororidad las mujeres que rechazan ser absorbidas por los grupos feministas, los homosexuales que se atreven a cuestionar la tiranía arcoíris son, en el mejor de los casos, opacados o, peor todavía, perseguidos con la más cruel cizaña.
Verbigracia, Domenico Dolce y Stefano Gabbana –una de las parejas homosexuales más famosas del mundo– fueron cruelmente criticados por oponerse a la redefinición del matrimonio y la adopción homosexual –incluso Elton John los llamo «homosexuales homofóbicos» y «fascistas», epítetos que la izquierda usa con la mayor soltura–.
Como vemos, la cultura de la cancelación no es más que una estrategia de la guerra que la izquierda lleva contra la propiedad, la libertad y la vida.