La Fatal Arrogancia del progresismo y la destrucción de Occidente
Camino de servidumbre y La Fatal Arrogancia son parte de la gran producción intelectual de Friedrich Hayek. En el primero, publicado en 1944, el nobel en economía nos advirtió que entre nazis, fascistas, socialistas y comunistas solamente había diferencias de forma, sin embargo, en el fondo eran agrupaciones delincuenciales que no tenían el más mínimo respeto por la vida ajena. En el segundo, que vio la luz en 1988, un poco antes de la caída del Muro de Berlín, nos mostró lo peligroso que pueden resultar los intelectuales, en especial aquellos que pretenden construir un mundo nuevo.
Nombres como Brock Chisholm, Joseph Needham y John Maynard Keynes son vistos como grandes amenazas para la libertad por Hayek, pues el primero recomendó abandonar los conceptos tradicionales del bien y el mal, el segundo propuso una élite global de intelectuales para gobernar el mundo, finalmente, Keynes y sus discípulos, abrieron las puertas a todo tipo de experimentos económicos que siempre terminaron en déficit fiscales, destrucción de capital, inflación y miseria.
Hayek era contrario al cientifismo, ya que consideraba que es una actitud totalitaria, una Fatal Arrogancia, pretender diseñar un mundo sin todo el conocimiento acumulado del pasado. Penosamente, el rosario de utopías del Siglo XX, que van desde la Unión Soviética hasta Tanzania, no han sido las últimas que la humanidad tendrá que enfrentar, puesto que ahora el progresismo nos quiere imponer una nueva, El globalismo.
Oriana Fallaci, quizás la periodista más importante del Siglo XX, siguiendo la ruta marcada por Hayek, denunció que varios políticos e intelectuales de Europa, entre ellos, Kurt Georg Kiesinger, le estaban abriendo las puertas de sus países a la migración musulmana. Pero no se trataba de un proceso migratorio normal, sino de una gran ingeniería social que, a nombre de la «tolerancia» y la «inclusión», estaba dinamitando los pilares culturales europeos. Las cosas llegaron al extremo de elaborar textos escolares y universitarios mostrando que Europa es, básicamente, una construcción de los musulmanes de siglos pasados. Según los autores, los musulmanes son los mejores, siempre los primeros de la clase, siempre geniales en filosofía, en matemáticas, en gastronomía, en literatura, en arquitectura, en medicina, en música, en jurisprudencia y en ingeniería hidráulica. En cambio, nosotros, los occidentales, siempre unos cretinos, siempre inadecuados, siempre inferiores, unos simples salvajes.
¿Hubo consecuencias? Claro que sí.
Mientras que en Europa los ataques a judíos y cristianos se hacen recurrentes, además que aumentan al mismo ritmo que crece la población musulmana, los políticos europeos están más preocupados por combatir la «islamofobia» y otros «delitos de odio», que son cualquier cosa que la policía de lo políticamente correcto considere ofensivo, por ejemplo, sostener una Biblia en vía pública.
No obstante, la invasión islamita no es lo único que se les ocurrió a los progresistas. Ahora, aparte de millones de mahometanos generando violencia, tenemos una cantidad de colectivos que reclaman privilegios. El movimiento LGTB lleva varias décadas imponiendo leyes contra cualquiera que los critique, o todavía peor, contra cualquiera que, simplemente, decida no participar en sus desfiles y presentaciones «artísticas», en realidad, son muestras públicas de pornografía.
La pendiente resbaladiza está muy inclinada, el ejemplo más reciente es la propuesta de una política canadiense para que se apruebe una ley que conlleve una pena de cárcel y una multa de hasta 25.000 dólares a todo aquel que cometa «delito de odio» en torno a eventos LGTB o, incluso, de drag Queens con menores de edad.
Con todo, las cosas se pueden poner peor, veamos.
La pandemia de COVID19 llevó a la pobreza a millones de personas alrededor del mundo. Crisis que fue aprovechada por la elite globalista para lanzar el lema: «No tendrás nada y serás feliz». En el fondo, nos están diciendo que nos quedaremos sin patrias, ya los europeos perdieron sus países a manos de los invasores; sin familias, como bien lo proponen la agenda feminista y los movimientos ambientalistas; sin casas, y hasta sin dinero, bueno cambiaran las monedas físicas por las Central Bank Digital Currencies (CBDC).
El objetivo de las CBDC es que los gobiernos tengan una capacidad todavía mayor a la que actualmente tienen de influir en el comportamiento financiero de los ciudadanos por medio de su política monetaria, que siempre tiende al inflacionismo. Por ejemplo, si los gobiernos observan que los ciudadanos están ahorrando demasiado, podrían intentar estimular el gasto a través de medidas políticas, como reducir las tasas de interés, o incluso prohibir el ahorro, eso sería el sueño de Keynes cumplido.
¿Estamos frente a la destrucción de Occidente?
José Javier Esparza, periodista español, en su artículo: Réquiem por Occidente, afirma lo siguiente:
Hoy Occidente ha dejado de ser Roma para ser Cartago. Hoy Occidente se está suicidando por su propia ideología, como dice Emmanuel Todd. Hoy Occidente quiere morir. Ergo, hoy Occidente merece morir. Pues bien: que muera. Y entonces, tal vez, los últimos hombres sobre esta tierra, ya no bendita, descubrirán una forma de empezar de nuevo. Tal vez, entonces, podamos recuperar la ingenuidad de aquel primer griego al que se le apareció, en sueños, el perfil del Partenón.
Yo no comparto ese pesimismo, pues mientras exista gente que ame la vida, la propiedad y la libertad, Occidente tendrá defensores y esperanzas.
- Artículo originalmente corregido en: La Fatal Arrogancia del progresismo y la destrucción de Occidente | Revista Fizuras