Crecimiento sostenible vs. Crecimiento insostenible
Voy a empezar aclarando algo. Cuando uso el término sostenible, hago referencia a riqueza real creada en el mercado y producto del ahorro. Y no al sofisma ambientalista que, a nombre de la «sostenibilidad» de la naturaleza, pretende un retorno a los más primitivos estadios de la humanidad.
El economista Roger Garrison, en su libro Macroeconomía del capital, explica que tanto keynesianos como monetaristas, principales escuelas de la macroeconomía, descuidan por completo el capital como factor de crecimiento económico. Concentrándose en el pleno empleo, las primeras, y en la inflación, las segundas.
El capital es la mezcla de trabajo con recursos naturales. Estos bienes de capital no sirve per se para satisfacer necesidades de manera inmediata. De hecho, para la producción de éstos se debe reducir el consumo -especialmente, de bienes finales-. Por ende, la única forma de incrementar el capital es un trade off entre la abstención y el consumo.
Ese ahorro adicional se traslada a los sectores que son más intensivo en capital, por ejemplo, la construcción. Con lo que, y si se tiene la paciencia de esperar lo suficiente, la nueva estructura productiva incrementara los bienes de consumo final. Esta es la única manera de crecer de manera sostenible.
¿Qué ocurre si el gobierno decide acelerar ese proceso, como siempre sucede, y reduce de manera artificial la tasa de interés?
Dos problemas, el primero económico y el segundo en el plano del derecho.
El tipo de interés reducido hace ahora aparecer como rentables procesos productivos que antes no lo eran, especialmente aquéllos más alejados de la etapa final del consumo, y que son relativamente más intensivos en capital. Se produce, además, de forma inmediata un alza en el precio de los bienes de producción.
Este alargamiento se realiza sin que medie reducción alguna del consumo, sino por un incremento de los saldos monetarios en manos de las personas, los precios de los bienes de consumo finales empiezan a elevarse -porque no existe motivo especial para que se produzca aumento del ahorro voluntario alguno-. Fenómeno que presiona a un retorno a su nivel natural de la tasa de interés.
Entonces como las nuevas inversiones no se pueden sostener -al menos que se vuelva a repetir la reducción artificial de la tasa de interés-, empieza el necesario proceso de quiebre. Que se traduce en menor capacidad productiva, mayor desempleo y, porque durante la etapa del boom se destruyó capital, una tasa de interés más alta, en resumen, más pobreza. La situación seria semejante a los de unos imaginarios habitantes de una isla que se ponen a construir un gran monumento -son ese tipo de obras que sirven para inflar indicadores tan torpes como el PIB-, pero que ante el agotamiento de todos sus ahorros disponibles, se ven en la necesidad de paralizarlo.
La existencia, por tanto, de «capacidad ociosa» en muchos procesos productivos, especialmente en los más alejados del consumo, en ningún sentido prueba que exista un exceso de capital. Todo lo contrario, es un síntoma de que no podemos utilizar en su totalidad el capital fijo existente, porque la demanda actual de bienes de consumo es tan urgente, que no podemos permitirnos el lujo de aprovechar tal capacidad ociosa. Por lógica, la recesión es un sano de reajuste que no se debe evitar, sino dejar que siga su curso para que las fuerzas del mercado pongan las cosas en orden.
Pero las rebajas artificiales de los tipos de interés también tienen implicaciones en el plano legal. Sucede que al decretarse la política de crédito barato, verbigracia, para los empresarios del rubro industrial. Éstos reciben flujos de capital con ventajas con muchas más facilidades que el resto de la población. Con lo que se rompe la igualdad ante la ley y, bajo el pretexto de luchar contra la pobreza o la injusticia, se crean privilegios.
Por eso, buena parte de las medidas implementadas por los gobiernos para combatir la pobreza no atinan en su enfoque. Porque siguen evitando aumentar las oportunidades para todos y, penosamente, prefiriendo aquel sistema en que a los políticamente conectados les va bien.
Lo que realmente necesitan nuestro país es un genuino programa de liberalización económica. El desarrollo no nace de una oficina en La Paz -si se lo intenta solo se logra mantener una sociedad de privilegios-, sino que es el resultado del acción humana individual en el mercado. Y por favor, el libre mercado no es sinónimo de anarquía -quien afirma eso no conoce nada de economía-. En el mercado no prima el desorden, sino una infinidad de estrategias empresariales que acaban entrelazadas, un kilo de carne en su mesa es el mejor ejemplo de miles de planes operando de manera coordinada.
Finalmente, ya que las elecciones están próximas y la pandemia nos obligó a estar encerrados muchas horas del día, le recomiendo que analice bien los planes de gobierno. Puede empezar haciendo las siguientes preguntas ¿Son viables las ofertas de ese candidato? ¿De dónde saldrán los recursos para cumplir con esos ofrecimientos? ¿Es posible que existan cosas gratis?
Hasta la próxima, si Dios lo permite.